El pasado 4 de marzo CIDE Alumni, la asociación de egresados del CIDE, me invitó a un panel para discutir sobre la brecha salarial. Tuve el gusto de compartir el espacio con cuatro colegas líderes en sus respectivas trincheras y, como siempre, de la conversación sale una con más saberes de aquellos con los que llegó.
Siempre que me piden hablar sobre la brecha salarial de género centro la discusión en algunas de sus muchas dimensiones. En esta ocasión se me hizo muy importante centrarla en atributos de comportamiento que tenemos las mujeres que abren brechas salariales con respecto a los hombres.
Hace ya varios años, Linda Babcock y Sara Laschever se dieron a la tarea de sintetizar los hallazgos de economía del comportamiento sobre nuestra falta de destreza al negociar nuestros salarios. El principal hallazgo se centra en el título del libro, y así es: toda la evidencia apunta a que a las mujeres nos cuesta pedir más para nosotras mismas.
¿Por qué no pedimos? El no pedir está íntimamente ligado a nuestra socialización como mujeres. Para pedir se deben tener ciertas preferencias por competir. En el caso de una negociación salarial, la competencia es contra nuestro empleador. En promedio, las mujeres son reacias a competir. Existe mucha evidencia al respecto en experimentos de laboratorio y estudios observacionales en Estados Unidos.