En algún lugar decía Baudelaire que no podría aceptar nunca la Legión de Honor porque eso significaría reconocer al Estado alguna autoridad para juzgar su obra. Añadía también que una persona de verdadero mérito tendría que rechazar todos los honores institucionales porque son para honrar a las instituciones: a los mediocres, en cambio, les vienen bien, decía, les añaden algún lustre y les permiten lucir un botón en la solapa.
Ya no hace falta ni eso. Los premios fabrican la fama de los autores, que después son premiados de nuevo porque son famosos porque fueron premiados. Zaid lo ha explicado muy bien. Entre nosotros, el mecanismo permite auténticas filigranas: un director general de la UNAM otorga un premio a un antiguo director general de la UNAM, que como jurado otorga un premio al anterior director, y así sucesivamente, para que la UNAM pueda festejar la calidad de sus funcionarios.
🎙 'El premio sirve para que la autoridad exhiba su autoridad. Para eso, lógicamente, hace falta que la gente reconozca al genio como genio'; escribe Fernando Escalante Gonzalbo
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