Como género, el ensayo literario debería llamarse pensamiento andante. Habiendo sido el centauro con el que cabalgó Alfonso Reyes, ahora colinda con el ornitorrinco que encarna la crónica, según dixit Villoro, pero su verdadera etimología se expresa al andar: en las primeras líneas del párrafo inicial se parte plaza con un pasodoble o marcha lenta donde el cerebro puede —si quiere— verbalizar en silencio la melodía de una tesis como planteamiento.
El ensayo camina entonces por un collar de párrafos como archipiélago de pruebas varias: un trote hegeliano de tesis con antítesis en la síntesis de una coreografía que se inventa desde las suelas o los tobillos; de pronto, en diagonal, la prosa que camina ha dejado atrás el tráfago del tráfico y cruza una plaza amplia como sonrisa sincera para desembocar en un recoleto sendero de sombras que se alarga en busca de un manantial.
Camina el pensamiento y llega al prometido manantial que alguien cavó en medio de un paso de cabras y evadiendo la tentación de los automóviles y máquinas voladoras, drones particulares o mosquitos insultantes, el caminante inicia la conquista de los párrafos que han de llevarlo a una conclusión que busca un punto final que podría convertirse en tres puntos suspensivos o la promesa de una continuación en el camino de vuelta que ya suena a escala tierna de...
Así se lee a sí mismo el ensayo que —a diferencia del cuento o de la ferroviaria trayectoria de una novela— se condensa en el privilegio de pasear por un prado, como quien evita el ocio que languidece en un retiro espiritual o físico, para así hilar el encuentro con otra fuente, otras caras como ideas o conceptos que reafirman o congelan el planteamiento inicial de aquél primer paso que se dio con las primeras palabras al empezar a andar hacia ese preciso párrafo...
¡Silencio! Ha llegado el lector y el ensayista a la última página de un pliego de tinta mental, un biombo doblado en formas idénticas donde cada párrafo se ha ido escribiendo en la mente del ensayista tal y como ha de ser recreado —para completarse— en la serena lectura de quien nos sigue con los ojos una vez que se publica el mentado ensayo para que la lectura ajena se vuelva una simbólica comunión de coincidencia o divergencia, acuerdo o desacuerdo para...
FJorgeFHdz 'Allí va el ensayo, caminando mientras se piensa la vulgaridad de la formulación inicial o el donaire del atrevimiento, la lúcida conclusión que parece anunciarse antes de que llegue el cansancio o la triste resignación', escribe FJorgeFHdz
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