No hay peor respuesta a una provocación que caer en ella. Así podríamos definir el rifirrafe montado tras las palabras del presidente de Argentina, Javier Milei, llamando corrupta, sin nombrarla, a la esposa del presidente de gobierno de la monarquía española Pedro Sánchez.
Nada impensable acorde a su ideología. Tal vez, nos sorprendería si su discurso hubiese sido un alegato a favor de Palestina, condenase el genocidio de Israel y su primer ministro Netanyahu, atacase a Donald Trump, Bolsonaro, despotricara contra Meloni o Marine Le Pen. Responder a sus bravatas aumentando los decibelios, es generar más ruido.
Hoy, la extrema derecha está en las instituciones y sus críticos sólo atinan a menospreciarlos, caricaturizarlos. Son primeros ministros, presidentes de República, cuentan con medios de comunicación y plataformas digitales, amplificadas por sus usuarios. La necesidad de aplicarlos a la vida cotidiana lo han entendido todas las derechas. No por otro motivo hablan de la guerra cultural contra la izquierda. Necesitan un ejército de fanáticos y lo están consiguiendo. Así lo explica Víctor Klemperer en, texto escrito durante el ascenso del nacismo: “Fanático, durante la era del Tercer Reich fue un adjetivo que manifestaba reconocimiento en términos superlativos.
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