La llegada de Joe Biden a la presidencia en Estados Unidos en enero debería ser un momento oportuno para renovar la relación entre México y Estados Unidos. Durante los últimos cuatro años, el actual presidente del vecino país, ha usado México repetidamente como blanco de críticas, muchas veces infundadas, y como un elemento central en su juego de desconfianza hacia el mundo y hacia los migrantes.
Pero mucho también se perdió en estos cuatro años. Se perdió la idea de cooperación y convivencia sana entre dos países vecinos que están unidos por lazos económicos, culturales y familiares. Se perdió la oportunidad de pensar juntos en cómo manejar esta interdependencia para el bien de los ciudadanos de ambos países.
Requiere que el gobierno mexicano, y su presidente y canciller, estén en contacto constante con los dos partidos en Estados Unidos, con el Congreso, gobernadores y alcaldes, con líderes latinos y mexicanos, con empresarios y sindicalistas. E implica que el gobierno de Estados Unidos hará lo mismo en México, que a veces incomoda. Una relación compleja e interdependiente entre países requiere de un manejo complejo de esa interdependencia.
Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses políticos y económicos. Y esos están por encima de cualquier pensamiento subjetivo.