Antes de que el boxeo nacional tuviera como estandartes a Julio César Chávez, Salvador Sánchez o Canelo Álvarez -entre otros-, existió un hombre de pequeña estatura y agilidad incomparable que se ganó el corazón de los mexicanos no solo por su desempeño en el ring, también por su inquebrantable fe y devoción hacia la Virgen de Guadalupe.
Era la década de los 50, en México habían poco más de 27 millones de habitantes y Adolfo Ruíz Cortines ocupaba la silla presidencial. Fue entonces que el barrio de Tepito y el gimnaso del Club Deportivo Nader forjaron a Raúl Macías Guevara, quien pasaría a la inmortalidad con el apodo de Ratón. En 1951 ganó el Bronce en los Juegos Panamericanos, un año después fue a los Juegos Olímpicos de Helsinki, donde terminó en sexto lugar alegando -cuenta la leyenda- que le robaron la pelea que lo ponía en posición de medalla. La afición le recibió como héroe en México y fue entonces que comenzó la idolatría hacia el púgil de apenas 1.60 metros.
No fue multicampeón, ni siquiera pensar en cobrar las bolsas estratosféricas que hoy se ofrecen por subir a un cuadrilátero, pero se ganó el corazón del público por su humildad, carisma y devoción hacia la Virgen. "Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgencita de Guadalupe", fueron las palabras con las que agradeció sus éxitos, fama y cariño del público a la Morenita del Tepeyac, el símbolo más grande de un México que cada 12 de diciembre se vuelca por millones hacia el máximo templo de la fe católica en América: la Basílica de Guadalupe.
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