altamente cargado de significación simbólica, no diría yo que surge del deseo, sino de la necesidad. El poeta no decide hacer un poema, dicho en general, poesía; no le queda de otra. Y no le queda de otra porque se ha quedado sin palabras. No dicen ya las palabras lo que decían, veamos si les hablo qué responderán.
Durante muchos años, a lo largo y ancho del país, tanto en pláticas formales como informales, si estaba ante un artista o una persona ciertamente comprometida en procesos propios de la creatividad, de repente soltaba: –¿Desde cuándo y por qué te dedicas a lo que te dedicas? Bien puedo decir se reducen a: –De pronto el lenguaje en el que me venía expresando dejó de funcionar, me vi sin lenguaje y tuve que intentar, irremisiblemente, uno nuevo, hacerme de...
. Ése, el tiempo en que el frescamente consciente de su penúltima muerte, si en verdad consciente, se concede el dejar que los muertos entierren a sus muertos, que él a su trabajo: recomenzar, situarse antes del habla para poder hablar, lo que sólo si se desiste de mirar atrás, y no sin invención e imaginación ni sin –en el lenguaje, aun ausente– inescrutable fe.