La cura del horror es verlo, pintarlo, humanizarse en él. Escribió Nietzsche, ayer mismo, que hacemos arte para no morir de realidad. Hoy sigue siendo igual. En nuestros perturbantes días nacionales se hace arte para representar, y así soportar, las considerables tribulaciones que vivimos.
Monroy representa, “tomando prestada y sin autorización de su autor” —según apunta en la hoja de sala de Destierros— una de las imágenes “más bellas” del pintor renacentista Masaccio: la expulsión del paraíso dictada para la pareja adánica.
Los 70 cuadros de Destierros y Ausencias se construyen con variantes alrededor de cuatro temas que se quintaesencian en uno: el horror tardomoderno o este Valle de lágrimas específicamente mexicano, aunque también planetario, civilizacional. Son lienzos donde se narra, pintándose, el dolor de un país que se crucifica a sí mismo.
🎙 'Cuerpos enterrados de medio cuerpo hacia abajo, en medio de desiertos yermos, hostiles, de una extraña belleza. Una fecundidad que se desarrolla como respuesta a la aniquilación', la columna de Fernando Solana Olivares
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