Si estás triste escribe una comedia; si estás alegre escribe una tragedia. ¿Bernard Shaw? No me lo van a creer y van a tirarme jitomatazos. Si hacía frío faltaban cobertores en casa. Lo digo de verdad. A mí, el menor de la familia, me tocaba cobertor. Y mi hermano mayor se metía a la cama con mi cobertor para robarse un pedazo de calor y contarme cuentos que él inventaba. Mis hermanas se peleaban el otro cobertor.
A las siete de la mañana la cosa era como para morirse helado. Un friazo. Y a la escuela sin excusa ni pretexto. En la televisión Jacobo Zabludovsky daba noticias en el Noticiero Nescafé. Por cierto, en invierno nadie se bañaba en las mañanas, ni de chiste. Se habían iniciado las excavaciones del Metro. Los periódicos afirmaban que se descubrían piezas precolombinas a manos llenas. No eran piezas tan serias, unos cuantos guijarros ancestrales.
El desayuno, leche en botella de sello rojo, menos procesada e importante que la del sello azul, desaparecía como si Chen Kai, el mago de la época hubiera intervenido. Caramba, si yo hubiera sido Antonio Mota, o papá Majeswsky en la central de la defensiva a un lado de Carlos Albert. El Necaxa salía jugando por conducto de Fú Reynoso. Glory days.
No hagamos la llorona, la vida era más vida que nunca. Pleitos por el baño, peleas por el bolillo, la pinche mochila pesaba kilos y los labios resecos se rompían por el frío de la mañana. Ven acá, niño, crema de cacao en los labios. Qué mierda, carajo. Yo no quería la crema. Y te pones doble suéter que el frío está que pela. Era enero y estábamos tristes. Yo lo sabía sin saberlo, así, sin más: tristeza fría.
Pasó el tiempo, como en las novelas. La vida juega con nosotros a los dados. Me cruzo en el Sport City con el mago Frank. No se lo digo, pero lo pienso: anda, Frank, regrésame al día de enero en que mi madre me ponía crema de cacao en los labios. Frank puede, lo sé, regresarme a esos días de frío feliz. Por cierto no estaba tan alegre cuando empecé esta breve nota.
RPerezGay “No hagamos la llorona, la vida era más vida que nunca. Pleitos por el baño, peleas por el bolillo, la pinche mochila pesaba kilos y los labios resecos se rompían por el frío de la mañana”: la columna de RPerezGay
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