La gente termina por hartarse. Se cansa de ser gobernada por tal o cual partido político y sale a votar por otro. Se fastidia de hacer siempre lo mismo en el trabajo y se busca un empleo más interesante. Un buen día, tu mujer dice “tenemos que hablar” y, qué caray, ese mero aviso es prácticamente el fin del contrato matrimonial pero, sobre todo, la inequívoca señal de un hartazgo —de años enteros— trasmutado finalmente en una acción concreta.
No se explica esto que a partir del hartazgo, es decir, del aburrimiento, del tedio, del hastío, del enfado y, desde luego, de lo difícil que es la cotidianidad en un esquema de aislamiento y encierro. Los humanos, después de todo, somos seres sociales y necesitamos de los demás individuos de la especie casi en todo momento. Es cierto que ciertas poblaciones han sido capaces de resistir durante meses enteros las durezas de un asedio o los estragos de las hambrunas.
🖊 'Por si fuera poco, puedes estar contagiado y no tener síntoma alguno. A nuestra natural despreocupación habría que sumar el extraño embrujo de una lotería en la que esperamos salir airosos'; escribe Román Revueltas Retes
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