al vez nunca sepamos, a ciencia cierta, qué pasa por la cabeza de nuestros perros. Pese a ello, hace unos años, Gregory Berns, neurocientífico de la Universidad de Emory, decidió que trataría de averiguarlo. El catalizador del esfuerzo de Berns fue su minúsculo pug,, un perrito color dorado, de naturaleza amistosa y con un lunarcito negro en la mejilla que hacía pensar en un joven Robert de Niro.
La información obtenida hasta el momento no solo confirma mucho de lo que los dueños de mascotas han sospechado desde siempre, sino que está transformando la percepción científica sobre los perros. Y es que, lejos de ser animales tontos, pero con buen olfato, como solía pensarse, nuestros amigos cuadrúpedos poseen una enorme inteligencia especializada que los convierte en los colaboradores y compañeros ideales de las personas.
“Los perros poseen la inteligencia suficiente para sobrevivir en una familia humana. Logro que, de por sí, es bastante complejo”. Esa impresión cambió a fines de la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, todo gracias a una innovadora investigación que corrió a cargo de los etólogos húngaros Vilmos Csányi y Ádám Miklósi, junto con sus colaboradores de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest.
Otros estudios afirman que, a diferencia de los lobos, nuestros compañeros peludos han evolucionado dos a tres veces más músculos faciales de contracción rápida. Dichos músculos les permiten agrandar los ojos como hacen los bebés humanos, y ese gesto evoca las mismas expresiones faciales y respuestas verbales que los progenitores humanos utilizan con sus hijos.
Los etólogos observaron que los perros que vivían en exteriores se desempeñaron mejor que sus primos caseros en la tercera parte de los casos. Por su parte, los perros de casa tendían a mirar a sus propietarios como pidiendo permiso para tomar el plato situado al otro lado de la cerca. No obstante, una vez que recibían autorización, se desempeñaban igual de bien que sus congéneres más independientes.
Los perros prestan mucha atención no solo a los ademanes humanos, sino también a nuestras expresiones faciales. Las investigaciones más recientes demuestran que son capaces de diferenciar entre expresiones de alegría, ira o repulsión. Saben si una persona está triste o contenta. Sus corazones laten más rápido que cuando ven imágenes de caras expresivas.
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