El otro día volé a Bilbao para participar en el precioso festival Gutzun Zuria. Estábamos llegando al destino cuando el comandante nos avisó por megafonía de que las condiciones meteorológicas eran malas, con lluvia y mucho viento. Pocos minutos después, las azafatas repasaron la cabina con casi se diría que un excesivo afán, para verificar que todos estuviéramos bien atados.
Y, mientras el avión se zarandeaba, me puse a mirar alrededor. La gente callaba, muchos se agarraban al respaldo y supongo que cada cual jugaría al escondite inglés a su manera. A mi lado, al otro lado del pasillo, una muchacha de unos 18 años seguía impertérrita viendo una película en el móvil. Feliz edad ésa, en la que la muerte siempre es la de los otros, en la que es imposible pensar que pueda tocarte.