“Esta es la historia de un hombre llamado Stanley. Stanley trabajaba para una compañía en un gran edificio donde era el empleado número 427. El trabajo del empleado 427 era simple. Se sentaba en su escritorio en la Habitación 427 y presionaba los botones en un teclado. Las órdenes le llegaban a través del monitor en su escritorio, diciéndole qué botones presionar, durante cuánto tiempo y en qué orden.
Todo lo que aporta significado a una experiencia que en su esencia básica no es más que un aburrido trabajo de oficina, los trabajadores se sientan delante de una pantalla y agrupan números en unos montones según las “emociones” que les provocan. Resulta incomprensible e inexplicable por la radical falta de contexto.
Es en ese espacio de posibilidad donde los creadores vuelcan su faceta más experimental en el que cabe de todo, desde ponderaciones existencialistas a dar rienda suelta a una vis cómica de fina ironía. Es una pieza que no desentonaría en un entorno museístico. Trasciende los parámetros de producto cultural para flirtear con la definición de arte con un innegable valor performativo.
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