En la pasada campaña electoral, Colau buscó con ahínco la polarización con el convergente Xavier Trias creyendo que en ese terreno se hacía fuerte. Pudo esgrimir el ¡que viene la derecha!, además de que Trias evoca épocas pretéritas.
La cuchillada no fue tanto al personaje y sí a lo que representa. Un sincero puente de plata entre los comuns y los republicanos. Lo mismo que lo es Rufián, aunque haya dirigentes de los comuns que insistan en golpearlo a él y festejar a los que le desean daño. Para Tardà la correlación de fuerzas en Barcelona surgida en 2019 era un sueño húmedo: un ayuntamiento soberanista y de izquierdas, por primera vez sin los de siempre.
Pese a todo, mi admirado Joan Tardà ha defendido públicamente que Colau sea alcaldesa. Le han caído palos y le han llamado de todo. Los hiperventilados de Puigdemont le insultan cada día centenares de veces por tal propuesta. Llevan años así. Buena parte de los ayer acólitos del pujolismo hoy son el mascarón de proa de una suerte de Cup populista y de derechas.
Pasa que la puñalada al hígado de Tardà de hace cuatro años dolió más al conjunto de los republicanos que al mismo Tardà, que tiene debilidad por los comuns y lo perdona todo. Lo peor es que debilitó sus posiciones entre los republicanos. Ada Colau le dio tal estocada ideológica que dejó maltrecha toda entente y su buen hacer.
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