La piscina olímpica está dividida en dos mitades y un total de 24 calles. La mitad están destinadas al nado libre. El resto, a clases. Esta división es inquebrantable, como pudo comprobar Tomás Bárbulo, de 64 años, que se presentó en el centro con instrucciones precisas del médico: nadar solo a crol y con tubo de buceo para evitar girar el cuello.
El nadador frustrado propuso alternativas, como pagar una clase para nadar en la zona reservada para lecciones, aunque yendo a su ritmo. No se aceptó. La monitora que le hizo la prueba de nivel negó que solo pudiese nadar a un estilo y cerró toda posibilidad de entendimiento, según critica. Tras porfiar en distintos horarios para evitar las aglomeraciones, Bárbulo acabó renunciando. Ahora paga la cuota de un centro privado y nada sin agobios.
Font señala la “pasividad administrativa […] tediosa y desalentadora” y lamenta un desinterés que entiende generalizado: “Da igual qué administración sea, solo llaman cuando hay votos”. La necesidad de flexibilizar la normativa “no cala en los equipos técnicos, en el funcionario que siempre está ahí”, indica, y agrega: “[Cada vez que hay elecciones] hay que retomar los temas… Es muy tedioso y desalentador, no me extraña que la gente al final decaiga”.
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