Robert Anderson/Unsplash Más sobre Opinión Bajamar El robot sexual no es el futuro, sino el presente. Ya los fabrican hiperrealistas con temperatura humana, ojos que se mueven, bocas articuladas... Se pueden elegir a la carta, cada cual según su fantasía. Ahora el reto es que sean activos y que, además de dejarse hacer, también hagan. Incluso que te digan que no les apetece. Aunque maldita gracia pagar 6.000 euros por un robot con jaqueca...
Eso de menos complicaciones, sin embargo, no está tan claro. Esta semana se ha convertido en noticia un experto que alerta del riesgo que ocultan. Pueden, anunciaba, convertirse en robots asesinos. Tampoco eso es nuevo. No lo de los robots asesinos, sino lo de morir en la cama. No sólo lo vimos en Instinto básico. Es una cuestión histórica.
Lo bello de esta nueva realidad es lo que encierra. En esa muerte nuestra está la vida del robot. Es el célebre hay amores que matan. Porque si hay amor hay sentimiento y si hay sentimiento hay humanidad y si hay humanidad no hay robot. También ahí está el misterio. Como decía el experto, el usuario, o el amante, que suena mejor, no puede saber si su robot ha sido hackeado. Lo descubrirá cuando ya sea tarde. Aunque esto sucede también con las parejas.
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