La autobiografía de Elena Vavilova , La mujer que sabe guardar secretos , comienza en los años ochenta, en la ciudad siberiana de Tomsk, cuando la Unión Soviética se encontraba bajo el mando de Leonid Brézhnev.
Elena Vavilova en los inicios de su misión. © La mujer que sabe guardar secretos Salió de casa con suficiente antelación y se preguntó cuál sería el trayecto más directo para llegar a la plaza Dzerzhinski. No había muchas opciones.
El patio estaba vacío a excepción de dos hombres malhumorados y sin afeitar, vestidos con uniformes de trabajo sucios, que a desgana descargaban de un vehículo productos para la tienda. Vera se apresuró hacia la entrada, tratando de pasar desapercibida. Una vez más, lo consiguió. Todavía era bastante joven e inexperta, y no entendía cómo funcionaban los «órganos», es decir, el KGB. Mientras tanto, y a lo largo de las diversas conversaciones que mantenían, Iván Semiónovich, sutil psicólogo, se dedicaba con disimulo y detenimiento a analizar el carácter de la muchacha: sus opiniones, creencias, habilidades para relacionarse, capacidades mentales y, obviamente, sus debilidades.
La muchacha se quitó los zapatos, se calzó las zapatillas, dio dos pasos y, sorprendida, se detuvo en la puerta de la sala. La joven no se dio cuenta enseguida de que había un tercer hombre. Vestía una camisa a cuadros con el cuello abierto y una chaqueta gris; estaba sentado cerca de la ventana y miraba distraído hacia la calle, alisándose de vez en cuando el cabello rubio, sin prestar atención a lo que sucedía en la habitación. Vera pensó que sería el conductor.
La chica se quedó boquiabierta, incapaz de pronunciar una sola palabra, pero enseguida asintió con la cabeza. Iván Semió novich pensó que no lo había entendido bien y se aseguró: —Antón también está de acuerdo en seguir la misma instrucción, pero deberán hacer algo práctico: casarse enseguida. Continuarán sus estudios por correspondencia, porque deben prepararse para mudarse a Moscú.