Muchas de esas inscripciones, plasmadas en piedra, cerámica o metal, han llegado hasta nuestros días muy deterioradas, lo que las hace inteligibles y dificulta, por ejemplo, la tarea de atribución cronológica a los epigrafistas.
El equipo dirigido por Yannis Assael y Thea Sommerschield, principales autores de este trabajo, demostró que esta red neuronal profunda alcanza un 62 % de precisión cuando se usa por sí sola para restaurar, si bien sube hasta el 72 % cuando está en manos de un historiador, según explican en un comunicado.
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