Una cualidad básica de la ciencia es su carácter público e internacional. Las investigaciones secretas de las empresas o de los ejércitos no cuentan como ciencia mientras no se hayan sometido al escrutinio de los expertos y publicado en las revistas profesionales. Desde conceder becas hasta financiar proyectos, el dinero de la ciencia se decide por las publicaciones de quien lo solicita.
Las editoriales que incurren en estas prácticas multiplican sus ingresos y los científicos pagan la factura encantados de engordar su currículo con artículos que la historia de la ciencia se podría haber ahorrado. El prestigio de las revistas en cuestión sale beneficiado por mera cuestión de cantidad, por lo que esa práctica daña los indicadores que pretenden favorecer la calidad. Es un verdadero virus en el corazón del sistema.