En una nueva entrega de “El abominable mundo del discapacitado” haré referencia a una cuestión de la que no suele hablarse ni siquiera cuando el discurso viene por el lado de
“No queremos que nos persigan, ni que nos aprendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen”. Preguntarme cómo había sucedido eso, cómo fue que le pude gustar claramente tiene que ver con algo que mencioné en otro momento: la identidad tullida devora todo lo demás. Me autopercibía como tullida, incompleta, minusválida, anormal pero no freak copada sino ANORMAL y entonces cómo iba a pensar que alguien podía ver en mí más que eso.
La mayoría de nosotres cuando compartimos la sexualidad con otres, por ejemplo, tenemos una especie de guía mental que nos va indicando qué hacer y qué no, cómo hacerlo y cómo no, sin que importe muchas veces el deseo del otre . Digo, antes de estar sexualmente con alguien no creo que sean muches les que se toman un café para charlar acerca de lo que les gusta experimentar con su sexualidad. Hay cierto automatismo en lo que hacemos.
Me ha pasado que, al intentar descolgar la mochila del respaldo de la silla, se me cayera. Me incliné para agarrarla y cuando inicié el movimiento veo a dos personas que pasaban por esa misma vereda, viniendo en estampida hacía mí al grito de “Se te cayó la mochila”. Antes de que llegaran a mi lado ya la había levantado y mirándoles con el ceño fruncido les dije “Ay, la pude levantar. Gracias”.
🙂 Está el cuento de Susana Pampín, 'Adelle y Lily'.
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