Los niños son capaces de imaginar y, en algunos casos, de llevar a cabo hechos atroces. Como la afirmación es aterradora, admitamos que los niños que actúan así no representan a la mayoría; son, por el contrario, una pequeñísima minoría. Pero, de todos modos, allí están. Conviven con nosotros. Pueden ser los hijos de un vecino, o compañeros de colegio de los niños de nuestras familias.
A pesar de que hubo una pronta y eficiente intervención judicial, que notificó de inmediato a la escuela que debía tomar medidas para que el niño abusado no tuviese contacto con sus presuntos agresores, pocos días después hubo un encuentro traumático: los niños denunciados se rieron de su víctima, lo amenazaron y le pidieron dinero si no quería “que le vuelva a ocurrir”.
Obviamente, la imaginación puede llevarnos a fantasear con situaciones horripilantes a cualquier edad. De hecho, los niños suelen ser muy afectos a la literatura de terror. Pero los llamados “frenos inhibitorios”, que se elaboran progresivamente a lo largo de la infancia y de la adolescencia, impiden que esas truculentas ensoñaciones se conviertan en acciones que nos tienen como protagonistas.