La intersección entre política y literatura no es su único truco. Asís hace algo más radical: trivializa un discurso que ya está trivializado por el mismo sistema representativo del medio.
Con su mirada cansina y su porte de aristócrata decimonónico haciendo la sobremesa, declara “aquí vengo yo a ridiculizar con elegancia lo que ustedes ridiculizan con malicia y en piloto automático”. Lo que sigue es un despliegue virtuoso de disparates, expresiones ocurrentes como “dinero crocante” o “churrasquitos hervidos”.
El manejo de la voz es descomunal, un clarinete desafinado siguiendo un tempo lento; palabras pensadas como notas, oraciones como compases, parlamentos como baladas balcánicas.Asís es agradable al oído, indistintamente de lo que diga, casi siempre rayano a la chifladura. Su extravagancia verbal pedirá interlocutores limitados y sumisos, como Alejandro Fantino, Luis Novaresio o Viviana Canosa.
Este despreocupado regocijo retórico advierte que en televisión la información consumida tiene idéntico estatus que una ficción rimbombante. Pero a diferencia del periodista “serio”, usa su artillería literaria para seducirnos, no para persuadirnos, por ello su discurrir jamás llega a conclusiones y puede detenerse en cualquier momento, adaptándose a la discontinuidad televisiva.
La seducción, a diferencia de la persuasión, está destinada al disfrute, no al cambio de opinión. Las realidades de Asís son triunfos de su imaginación, escenarios inductores de risa y no de indignación, la herramienta pasional predilecta del operador político.Más información
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