Cristalografía jurídica

Cristalografía jurídica
Màrius Serra Escritor y enigmista

Veo una fotografía, diría que de un vagón de cercanías, que muestra un martillo de esos que sirven para romper los cristales de las ventanas en caso de emergencia. El martillo está protegido por una pequeña caja con tapa de cristal transparente que no tiene ni asa ni cerradura. Se puede leer en él una inscripción que parece un aforismo malintencionado, porque pide romper el cristal para acceder al martillo, pero no dice cómo hacerlo. Un martillo que en teoría sirve para romper cristales protegido por otro cristal causa un cierto estupor. La primera reacción es buscar si hay algún otro martillo cerca, aunque sea más pequeño, para poder romper el cristal que protege el martillo rompecristales. La falta de lógica, por no llamarle estupidez, abunda más de lo que parece. Ya hace tiempo que no consumo comida enlatada, pero recuerdo perfectamente una de las últimas que abrí. Era de atún y llevaba una inscripción debajo que me costó una camisa. Advertía de no darle la vuelta a la lata, pero si querías leerla primero tenías que hacer lo que prohibía, porque nadie levanta una lata de atún por encima de la cabeza como si fuese a brindar. Siempre fui torpe con las manualidades, de modo que le clavé el abrelatas antes de darme cuenta de la inscripción inferior y cuando le di la vuelta para leerla me decoré la camisa con una mancha digna de Don Quijote. Aunque esto de los cristales es mucho más flagrante, porque figura que tienes que saber kung-fu, ser ducho en codazos (y llevar manga larga) o blandir algún objeto contundente de esos que no te dejarían subir a un avión, todo para poder acceder al martillo rompecristales.

Uno de los guardias civiles que declararon de incógnito en el Tribunal Supremo, tras su número de TIP, aseguró la semana pasada haber roto dos cristales de los famosos vehículos “devastados” que quedaron aparcados ante el Departament d’Economia el 20 de septiembre. En teoría, los rompió para comprobar si alguien había robado las armas largas que habían dejado en el interior, aunque así de entrada parece un método un poco extremo. Sobre todo si el vehículo es tuyo y tienes la llave. Incluso admitiendo tácitamente que las puertas pudiesen estar encalladas tras todo un día de aguantar el peso de fotógrafos insurrectos, cuesta imaginar que no hubiese ninguna otra alternativa para abrir el vehículo que romper los cristales de ambas ventanillas. Cada día que pasa el juicio del Supremo se parece más a uno de esos martillos para las emergencias ferroviarias. Las acusaciones se sustentan en atestados esperpénticos escritos por autores de ficción mediocres igual como el proceso político se sustentó en proclamas espléndidas hechas por publicistas de un producto inexistente. Mientras tanto, la única certeza es que cuando todos nos despertemos de esta pesadilla, el martillo todavía estaba allí.

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