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El rey del filete y el ladrillo de El Bierzo compra la mitad del Teatro Pavón

Vista del exterior del Teatro El Pavón de Madrid

Peio H. Riaño

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Junto al parque de la Dehesa del Navalcarbón, en Las Rozas de Madrid, hay un curioso polígono en el que las naves no son almacenes de mercancías, sino tiendas de alto nivel que abastecen a los vecinos de las urbanizaciones. También hay un Mercadona y frente a él una de esas naves reconvertidas en restaurantes o decoración. Es especialmente llamativa y destaca sobre el resto porque es un bloque de varias plantas pintado completamente de rojo y un letrero sobre la entrada en el que se puede leer: “Carnes de El Bierzo”. Antes la sede de las delicias leonesas estaba ubicada en Pozuelo de Alarcón, otra de las poblaciones más caras del extrarradio madrileño. 

Pero la tienda que despacha al público es una parte más de la actividad empresarial que esconde ese rojo chillón. Más de una decena de empresas dedicadas a la compra venta y reforma de inmuebles tienen esta dirección. La actividad se expande a la compra y venta también de terrenos rústicos y urbanos, construcción, promoción, alquiler, explotación de viviendas, locales comerciales, naves industriales, plazas de garaje, parcelas, urbanización de terrenos para promoción... Y tres entidades destinadas a los productos cárnicos. A pesar de lo que se presenta, la actividad principal del bloque rojo son los negocios inmobiliarios y tanto unas como otras tienen un elemento en común: Oliver García Leo, el administrador único de los filetes y los ladrillos. 

En la calle se le conoce como el “carnicero de León” y hemos llamado a su oficina en Las Rozas y a su abogada, en Getafe, pero nadie ha querido hablar con este periódico para responder a una sencilla pregunta: ¿qué piensa hacer con el Teatro Pavón? Hace unos días Oliver García Leo, con negocios inmobiliarios en Malasaña con los hermanos Alberto y Pedro Cortina-Koplowitz, firmó la compra del 50% del emblemático escenario madrileño a Amaya Curieses. La otra mitad la conserva el antiguo socio de la actriz y directora, el actor y director Pepe Maya. Compartían vida y proyecto escénico en la compañía Zampanó Teatro. 

El peligro acecha

Amaya y Pepe compraron aquel edificio en ruinas y abandonado en 1999, donde Pilar Miró rodó el incendio de un cine en Beltenebros. Dos años después la rehabilitación del excepcional edificio ya estaba ejecutada y enseguida entró la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que lo tomó como sede durante los 13 años que se prolongó la rehabilitación de su casa, el Teatro de la Comedia. Después vino la compañía Kamikaze, que en 2016 reabrió el centro con éxito de premios y subvenciones hasta que el último día de enero de 2021 se marcharon del Pavón. Era imposible mantener el proyecto. “El último año de alquiler no se pagó”, apunta Pepe Maya que hasta el momento no había señalado este impago; el próximo 28 de febrero les espera un juicio para solventar esa deuda. Una vez se cerró la triste despedida, Maya ha vuelto a la programación de su espacio mientras Curieses negociaba la venta de su parte.

“Es una maravilla de edificio, pero hay que cuidarlo y un teatro es un pozo sin fondo”, comenta Amaya Curieses a elDiario.es Durante la conversación prefiere no mencionar el nombre de Oliver García Leo y justifica la venta de su mitad con la promesa que el nuevo dueño le ha hecho: “Él quiere hacer en el Teatro Pavón un centro importante dedicado a la cultura. Así me lo ha dicho. Si no fuera así yo no hubiese dado el paso. Si después de 20 años de lucha, problemas y tensiones que he vivido y he tenido que soportar y solucionar, se muriese el teatro... yo moriría con él. Por eso me ha costado tanto tomar esta decisión. Yo tenía muy claro que la condición era que el teatro siguiera vivo y seré espectadora de este proceso, porque hay muy buena relación con este señor. Confío en él porque ha aguantado tres años hasta que he tomado la decisión”, reconoce Amaya Curieses.  

Durante tres años, desde 2019, cuando la compañía Kamikaze todavía mantenía programación y triunfaba en el centro, Oliver García Leo y Amaya Curieses negociaban la venta de la mitad del Teatro Pavón. Pepe Maya asegura que desconocía el proceso, aunque su socia le animaba a vender y él le propuso la compra de su parte. “Cuatro meses después me he encontrado con que ya está vendida”, indica Pepe Maya. 

“Sé que puede parecer lo contrario, pero no es una operación especulativa. Este señor se ha enamorado del proyecto. Dice que de pequeño iba a este cine. Se ha impregnado de mi ilusión, está claro. Es verdad que sus negocios pueden parecer absolutamente especulativos, pero no creo que esa sea la imagen real, la de un especulador inmobiliario. Ojalá no me equivoque... el teatro no se puede morir, porque si se muere, me muero”, sentencia Curieses. 

El futuro del Pavón ahora mismo es negro, porque bloquearán la propiedad hasta que se haga insoportable seguir.

Pepe Maya Propietario del Teatro Pavón

“El dueño de las carnes de El Bierzo ha pagado 2,1 millones de euros por la mitad de la propiedad”, señala Pepe Maya. “Aunque han llegado a ofrecerle tres millones de euros, porque han tasado el edificio en 5,9 millones de euros”, añade. “Todos me dicen: ”Estás muerto“. Porque van a acosarme y derribarme hasta que me obliguen a venderles mi parte. Ahora mismo soy el administrador, pero el futuro del Pavón ahora mismo es negro, porque bloquearán la propiedad hasta que se haga insoportable seguir. Es un especulador nato y ya tiene la mitad del edificio”, cuenta Pepe a este periódico. “Será una pelea entre un artista contra un especulador. Y voy a pelear y no me voy a rendir fácilmente”, avisa el copropietario mientras las nubes más oscuras se ciernen sobre el futuro del teatro. 

Una esquina sabrosa

En lo alto del barrio Lavapiés y a un paso de La Latina, en una esquina que haría las delicias de quienes basan su actividad empresarial en promocionar y explotar solares en barrios en auge, emerge este bombón inmobiliario construido en 1925 por el modernista Teodoro de Anasagasti, por encargo de Francisca Pavón y Marcos. El Pavón es uno de los primeros edificios construidos bajo el gusto art déco en Madrid y, después de la reciente destrucción del Real Cinema, es el último ejemplo en pie de este arquitecto en la capital. Es un hito patrimonial en el barrio, por donde van y vienen los madrileños y los turistas hacia el centro, subiendo las rampas imposibles de la calle Embajadores. “Tiene protección estructural, es decir no está declarado Bien de Interés Cultural (BIC), con la máxima categoría de protección, pero los propietarios no pueden alterar ni la estructura ni los volúmenes”, señala Álvaro Bonet, arquitecto y portavoz de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio, dedicada a la salvaguarda del patrimonio histórico de la ciudad desde hace más de una década.

¿Eso quiere decir que el edificio y su uso están a salvo? No. Con desesperación Álvaro Bonet indica que la Ley de Patrimonio de la Comunidad de Madrid no coincide con la interpretación que hacen los equipos actuales desde el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. “Si ves los casos de intervención en edificios con protección estructural no podrías creerlo. El edificio de la antigua librería Fuentetaja tenía protección integral y lo derribaron por completo. El problema es la interpretación a la baja que hace la comisión de patrimonio. Es decir, si lo quieren convertir en galería comercial, con este gobierno municipal lo van a conseguir”, vaticina Bonet.

Según las últimas cuentas depositadas en el Registro Mercantil, la empresa Liberty Investment Spain tenía en 2019 un activo de 17 millones de euros. La entidad dedicada a la explotación inmobiliaria de la que Oliver García Leo es administrador único no deja de crecer cada año. Otra de sus empresas es Soluciones Sila y en esta cuenta con 21 millones de euros en activos. Entre las entidades que gestiona el empresario de la carne y el ladrillo no hay ninguna cultural. “Sin duda hay que sospechar del nuevo propietario. No seamos tan inocentes. Es lo que parece”, sentencia el sociólogo Daniel Sorando, profesor en Ciencias Sociales en la Universidad de Zaragoza y especialista en analizar los procesos de expulsión de la población arraigada en barrios históricos. 

Sorando indica que ya es tarde para luchar contra la gentrificación en Lavapiés. El proceso arrancó a finales de los noventa, cuando el barrio se convirtió en un hervidero cultural. La Casa Encendida, el Teatro Valle Inclán y otras infraestructuras culturales que fueron haciendo “habitable” un barrio al que la clase media temía. “La cultura hizo atractivo el barrio para las clases medias. Una vez que estas ya están convencidas y lo habitan, la cultura deja de ser necesaria y se pasa a la intervención comercial. Son espacios positivos pero no somos conscientes de los procesos que ponen en marcha. La remodelación del Pavón sucedió en pleno periodo de consolidación de la clase media”, indica Sorando, autor del libro First We Take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (Libros de la Catarata, 2016) . El sociólogo da a entender que ya es tarde para cualquier esperanza. La cultura es la avanzadilla hasta que estorba. Es una colonización de la identidad, de la historia y de la creatividad del barrio. Hasta dejarlo simplificado y reducido a un centro comercial y a un pasado arruinado. 

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