Hay otros dos candidatos a disputar a Paco Gento el título no oficial de mejor futbolista español de todos los tiempos, pero existen también dos razones por las que no vamos a ocuparnos ahora en defender su candidatura. La primera, porque estamos demasiado tristes para ello. La segunda, porque D. Paco no compite contra otros jugadores sino contra clubes. El Madrid trece; el Milan siete; con seis están el Bayern, el Liverpool y La Galerna del Cantábrico.
Hay trampa, claro. De las trece del Madrid seis son las de D. Paco, y no se deberían contar por separado cuando, por supuesto, D. Paco es el Madrid y el Madrid es D. Paco. El Madrid, en esta mañana aciaga, se ha perdido a sí mismo, y aunque quedan gloriosamente vivos mitos como Amancio o Santamaría duele ver el perfil adusto del cántabro eterno ya incorporado al Monte Rushmore de la historia vikinga, con D. Alfredo, con Puskas, Kopa, Velázquez, Benito o Juan Gómez. Lo preferíamos de carne y hueso, tomando su cerveza en la misma terraza de siempre, junto a su casa cerca del Bernabéu, donde lo conocí por vez primera y me temblaban las piernas como si me acabaran de presentar a John Wayne. Porque D. Paco, como D. Alfredo y los otros, conforman nuestro madridismo desde que venimos al mundo, lo hacen con el madridista que acaba de nacer aunque le hayan faltado décadas y décadas para atestiguar su grandeza.
Por eso no se exagera cuando se llama leyenda a D. Paco, porque el madridista no necesita haberle visto jugar para concluir que era el mejor, o que estaba en el ramillete. El madridista lo sabe desde el primer día de su vida, lo sabe aunque no sepa quién fue Paco Gento. El madridista nace malacostumbrado de serie porque este señor ganó cinco Copas de Europa seguidas con sus inimitables compañeros y porque seis años después, con otra generación distinta, ejerció de eslabón imprescindible para el logro de la sexta, que fue yeyé como prueba de que el Madrid es atemporal precisamente porque es propio de cada tiempo en que nos asombra, de igual manera que solo a través de lo local alcanza la universalidad.
Paco Gento me honró aceptando que pusiera su sobrenombre a un portal madridista, primero, y me otorgó el privilegio de su afecto después. Su familia me ha tratado siempre con tanto cariño que esto me duele como si hubiera perdido a un miembro de la mía. También he perdido un héroe pero a la vez no lo he hecho. Los héroes lo son, precisamente, porque por definición no se pierden jamás. De manera que no me es posible llorar al Gento monumental porque no se llora por los hitos, no se llora por las estatuas. Lloro al hombre entrañablemente hosco de primeras, pero muy cálido a su manera después, que me honró con el privilegio abrumador de su cercanía. Dios bendiga a D. Paco, Presidente de Honor, mito imperecedero, centella por la banda, galerna eterna, hombre sin par.