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El crucero que bombardeó Málaga en la Guerra Civil vuelve a tener calle en Madrid

Calle del Crucero de Baleares, en Madrid

Víctor Honorato

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El Ayuntamiento de Madrid continúa recuperando la nomenclatura franquista del callejero madrileño. Al sonado caso del fundador de la legión y propagandista del golpe de estado, José Millán-Astray, que recuperó honores en verano, se le ha sumado hoy el de los falangistas hermanos García-Noblejas y, más señaladamente, el del crucero Baleares, tristemente conocido por bombardear a los civiles que huían por carretera de Málaga a Almería en 1937 en plena ofensiva fascista, un suceso conocido como la ‘desbandá’.

No es fácil encontrarse hoy por la calle señalada a muchos vecinos que conozcan los pormenores de la carnicería, si bien hay una pintada bajo la placa que parece bastante reciente y es abiertamente crítica con el regidor, José Luis Martínez-Almeida. La vía está en el barrio de Portazgo, en Puente de Vallecas, a dos minutos a pie del estadio del Rayo Vallecano, es pequeña (apenas 20 números), estrecha y umbría. Hay un bar, cerrado a cal y canto, un taller mecánico, también con la verja bajada, y un colegio, el Nuestra señora de la Estrella, ante cuya puerta se reúnen a primera hora de la tarde tres madres. Ninguna se ha enterado de que ya han venido los obreros a cambiar la señal y tampoco es que les preocupe mucho. “A mí eso no me importa; aquí la gente no tiene dinero”, dice la primera, ya marchándose. “En las guerras todos pierden”, razona Dolores del Río, de 43 años, que tiene una hija que empezó este curso la Primaria. Cuenta que a su bisabuelo lo fusilaron los franquistas y su madre no “los puede ver”, pero cree que “los rojos también harían cosas malas” y no sabe qué pensar, en definitiva. Se escucha el griterío de los niños dentro del colegio. La secretaria abre la puerta y contesta lacónica, encogiéndose de hombros, que tampoco tiene opinión. 

Un hombre se detiene y saca una foto de la placa, que ahora reza “Crucero de Baleares”, con preposición incluida, y no Baleares, a secas. “Así parece un barco turístico”, critica, y se va, murmurando con sarcasmo que lo que habría que hacer es poner en la placa todos los nombres que la calle ha tenido, también el de “Barco Sinaia”, que fue el que eligió el gobierno local de Manuela Carmena y homenajea a un buque que trasladó a México a exiliados republicanos. La efímera denominación caló entre los vecinos estos años, aunque parcialmente: varios de los viandantes consultados la recuerdan como “Sinaí”, que suena parecido y también hace pensar en gente escapando.  

El Ayuntamiento ha justificado su conformidad para recuperar los nombres del franquismo en que están obligados por sentencias judiciales, que tampoco quiso recurrir. Son resoluciones de la jurisdicción contencioso-administrativa que mandan revertir los cambios del callejero porque, dicen, el informe de la comisión de expertos que propuso las modificaciones no explicó bien el carácter de exaltación golpista y franquista en los términos que exige la Ley de Memoria Histórica. En el caso del crucero Baleares, el informe en cuestión no mencionaba la ‘desbandá’. Y además, razonaba la sentencia, no se podía descartar que el nombre se le hubiese puesto a la calle para homenajear a los fallecidos en su hundimiento (sucedido también durante la guerra) o, incluso, “a las características técnicas del buque”.

Rosa Sánchez, de 35 años, cuenta junto al portal de su casa que fue un poco fastidioso tener que cambiar las direcciones de todos los recibos cuando se alteró la denominación por primera vez, pero que el engorro valía la pena. “Lo de la memoria histórica en este país es terrible”, lamenta sobre la noticia del día. Pablo, que viene empujando la silla de ruedas de su padre, indica que él estudió tres años en el colegio de la esquina, pero que no se acordaba del nombre, ni del viejo ni del nuevo. “Es la segunda vez que lo cambian, pero me da igual”, responde una mujer, que tiene prisa y no está para detenerse en disquisiciones sobre justicia y e historia. “Hagan lo que hagan, siempre hay alguien que protesta”, despeja Eric, que salió a pasear al perro. “Ahora que lo dices, recuerdo que cuando lo cambiaron por primera vez llegaron al buzón unas cartas preguntando si estábamos de acuerdo”, dice Claudia, que viene con la niña en brazos y asegura sentir curiosidad sobre el caso, que desconoce. “Ahora que me lo dices tú, voy a mirarlo”. Nuria, que viene de comprar el pan, es pragmática: “Me da igual, si es que yo me voy a ir ya de esta calle”.

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