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Los problemas políticos y económicos que esconde la polémica de Garzón
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Esteban Hernández

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Los problemas políticos y económicos que esconde la polémica de Garzón

Las tensiones provocadas por las declaraciones del ministro de Consumo tienen que ver con estrategias electorales, pero van más allá. Hay problemas de país y de mercado detrás

Foto: Garzón, en Madrid, en diciembre pasado. (EFE/Luca Piergiovanni)
Garzón, en Madrid, en diciembre pasado. (EFE/Luca Piergiovanni)
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La polémica iniciada por Alberto Garzón sobre la ganadería intensiva contiene varias líneas políticas, con el telón de fondo de las elecciones de Castilla y León, pero que tendrán recorrido más allá de la convocatoria electoral, porque fijan las posiciones de unos y otros.

Por una parte, está la decisión clara del PSOE de separarse de Unidas Podemos. Sánchez podría haber rebatido a Garzón de un modo más amable, y, sin embargo, optó por la hostilidad. Barones socialistas como Lambán o Page habían ido más allá con declaraciones guerreras y la entrevista de ayer del ministro Planas en Onda Cero confirmó la posición del presidente de una manera rotunda. Forma parte de la táctica electoral del PSOE, que también es programática, de marcar distancias con Podemos, que tendrá recorrido también tras las elecciones de Castilla y León. Sánchez quiere señalar que el PSOE es otro partido, más centrado que el que gobernó con Iglesias y Redondo, más institucional, y en esa intención cabe interpretar los acontecimientos recientes. Con una salvedad: la relación con Yolanda Díaz es más relajada que la que mantiene con Podemos, algo que le molesta a Iglesias, en especial porque Díaz no está dejándose llevar al enfrentamiento propuesto por Podemos.

Restauración o perestroika

UP, y las declaraciones de Echenique e Iglesias lo ilustran perfectamente, ha aprovechado la polémica para insistir en el marco discursivo de los últimos meses, el del combate contra la reacción, encarnada en una judicatura, unos medios de comunicación, unos cuerpos superiores del Estado y la policía de Jusapol, que utilizan los instrumentos a su disposición para minar y destruir cualquier opción progresista. Restauración o perestroika es su lema. Y en ese terreno también cabe interpretar los reproches de Iglesias a Sánchez por haber dado pábulo a la extrema derecha.

Foto: Comparecencia de Alberto Garzón en el Congreso. (EFE/Chema Moya)

La reacción de los sectores afines a Podemos ha encajado perfectamente en ese marco: la derecha reaccionaria ha utilizado un bulo para atacar a Garzón, existen macrogranjas de intoxicación informativa dedicadas a combatir a UP, y un Estado profundo que prolonga su acción a través de determinados diarios. Y Sánchez se ha sumado interesadamente a esa corriente.

La pelea queda fijada en términos políticos, con las elecciones castellanas de fondo, y con el añadido de las tensiones internas y entre bloques

El PP insiste en la imagen tan negativa que ha transmitido el ministro de Consumo en medios internacionales, señala su gran torpeza y subraya los perjuicios que causará a nuestra industria cárnica. El resumen es que el Gobierno dirigido por Sánchez actúa contra España, como siempre, y produce enormes perjuicios, porque la alianza con los radicales siempre sale mal. Vox ha jugado las mismas cartas, ha calificado las palabras de Garzón como ataque brutal a España y ha anunciado que presentará en los próximos días mociones en todos los ayuntamientos donde tiene representación en apoyo al sector ganadero y de rechazo a las críticas vertidas por Garzón.

La pelea política queda así fijada, con las elecciones castellanas de telón de fondo, y con las tensiones inter e intrabloques plenamente operativas. Cada cual tiene su marco y sus argumentarios, que fieles y seguidores repiten, reduciendo todo a un asunto político-electoral, pero sin tomar conciencia alguna de lo que está en juego.

Lo cierto y lo erróneo

Las palabras de Garzón tenían aspectos erróneos y otros correctos. Por una parte, señaló en la entrevista con ‘The Guardian’ que las macrogranjas producen carne de peor calidad y que está destinada a la exportación, con lo que, si bien no afirmó expresamente que la carne que España vendía en el exterior era de calidad deficiente, sí lo dio a entender. También señaló que había que comer menos carne, que era bueno para el planeta, y que esas afirmaciones habían herido susceptibilidades, en especial las de los hombres, que "sentían que su masculinidad se vería afectada por no poder comer un trozo de carne o hacer una barbacoa". Es cierto que hay medios de comunicación hostiles con Podemos, pero en este caso se lo han puesto a tiro.

Foto: Díaz, Garzón y Montero. (EFE/Mariscal)

Por otra parte, Garzón tenía razón en el hecho de que las macrogranjas producen carne de peor calidad, que generan maltrato animal, que contribuyen a la despoblación y que son más contaminantes. Su apuesta por la ganadería extensiva, más arraigada en el territorio y más ecológica, tiene todo el sentido.

Las macrogranjas suponen una competencia directa y perniciosa para las pequeñas y medianas empresas españolas del sector

Pero, más allá de la ecología y de la despoblación, el asunto puede plantearse en otros términos: las macrogranjas suponen una competencia directa y perniciosa para las pequeñas y medianas empresas españolas del sector. Destruyen tejido productivo, como efecto de una competencia desigual. Son, además, un ámbito en el que los fondos están entrando por su rentabilidad, gracias a un modelo productivo que exige muy poca mano de obra, menos de la que destruyen, y a que no están arraigadas a un territorio concreto. Y dado que su modelo de negocio es diferente, pueden deslocalizarse cuando sea necesario.

En este sentido, es fácil suscitar consenso respecto de las macrogranjas, tanto en el sector ganadero como en buena parte de la población española: un modelo productivo que hace que otras empresas, más pequeñas, tengan que cerrar, que necesita menos mano de obra y que pone en el mercado peor carne no es algo que suene muy atractivo. La apuesta por la ganadería extensiva parece mucho más adecuada.

Un problema de país y otro de mercado

Pero el problema sigue ahí, porque no puede reducirse a esos términos tan simples, y revela algo muy inquietante respecto de las posiciones de los grandes partidos, sin excepción, y de su lectura poco adecuada del momento económico español. Tenemos un problema de país y otro de mercado. El primero tiene que ver con cómo impulsar sectores clave y el segundo con cómo establecer unas condiciones razonables de funcionamiento en el sector. Y la ganadería, como la agricultura, es un terreno que tiene aún que clarificarse.

Foto: Pedro Sánchez dialoga con Alberto Garzón en el Congreso. (EFE/Mariscal)

Por ejemplo, en España hay mucha ganadería intensiva familiar que está lejos de ser calificada como macrogranjas, pero que sigue siendo intensiva. Está arraigada en el territorio, crea empleo y no se deslocalizará, pero su modelo es el que es. ¿Qué hacemos con ella? ¿Se combate desde los gobiernos, se apoya o se la impulsa? Y supone una parte relevante de un sector clave para España.

Si los argumentos que utiliza la izquierda son el cambio climático y el machismo herido, la derecha lo tiene bastante fácil

Desde esa perspectiva, y ahí es donde hacen énfasis los barones populares y los socialistas, apostar únicamente por la ganadería extensiva supone que una parte de los ganaderos de sus territorios, los que practican la intensiva pero no son macrogranjas, se sientan atacados, que entiendan que no son respaldados desde el Gobierno y que vean con buenos ojos las opciones políticas que se oponen a Garzón y a sus socios. Y si además los argumentos que se utilizan son el cambio climático y el machismo herido, la derecha lo tiene bastante fácil.

"No hay mejor manera de vaciar España que condenar las áreas rurales a ser zonas de pequeñísimas explotaciones y microempresas"

Pero ahí no acaba todo, porque tampoco la derecha va a tomar en consideración el otro grave problema, el funcionamiento del mercado. Desde su perspectiva, que es compartida por casi todos los partidos políticos, las pequeñas y medianas empresas son un problema, porque no son eficientes, producen empleo precario y mal pagado y carecen de la mentalidad necesaria para adaptarse a las necesidades de los tiempos. La visión típica de la derecha la sintetiza Daniel Lacalle: “No hay mejor manera de vaciar España que condenar las áreas rurales a ser zonas de pequeñísimas explotaciones y microempresas, poner trabas al crecimiento empresarial y atacar a las que pueden invertir y crear empleo a gran escala”.

Foto: Foto de archivo de una granja de cerdos. (EFE)

Desde esta perspectiva, ninguno de los gobiernos autonómicos dirigidos por PSOE o PP ha planteado reparos, ni los planteará, a la apertura de macrogranjas, ya que comparten la perspectiva de que las pequeñas empresas son más un obstáculo que una solución, y de que lo importante es aumentar el tamaño. Además, el capital que busca inversiones rentables, que es mucho, ha encontrado y encontrará en el ámbito agrícola y ganadero un ámbito claro de desarrollo. Las macrogranjas van a ser más frecuentes, y casi ningún gobernante se va a oponer a ellas: en teoría, aportan puestos de trabajo y producen a precios más baratos y con más eficiencia financiera.

Un mal camino

Y esto será un problema para la ganadería intensiva familiar, que sufrirá la competencia de empresas con más dinero, más conexiones nacionales e internacionales y mayor rentabilidad respecto del capital invertido. Pero también lo será para las pequeñas y medianas empresas en general que, como en otros sectores, serán sustituidas por competidores de mayor tamaño, que destruyen empresas, ofrecen peor empleo y productos de peor calidad.

Los problemas del sector agroalimentario (bajos márgenes, costes crecientes, competencia desleal) siguen sin solucionarse

De modo que, por una parte, tenemos una izquierda que se centra en los problemas del cambio climático, en la despoblación y en la sostenibilidad, y una derecha que tiene el propósito de impulsar el crecimiento de las empresas más grandes. En medio, casi todo el sector agrícola y ganadero, que ve cómo sus problemas, ligados a los bajos márgenes, a los costes crecientes, a la competencia internacional y a su posición endeble en la cadena, siguen sin solucionarse.

No es fácil compaginar los objetivos de la Agenda 2030 con las tendencias del mercado, como no lo es pensar en términos de país e impulsar las industrias nacionales en lugar de reducirlas. Pensar que únicamente la agricultura extensiva es la solución supone caer en un error en este momento concreto, pero impulsar las macroexplotaciones también lo es, y todavía mayor, por la forma en que distorsiona el mercado. Sabemos, por experiencias propias y ajenas, adónde conduce esta concentración, y no es a un lugar provechoso. Tenemos numerosas pruebas. La polémica con las macrogranjas subraya cómo la falta de soluciones a ambos problemas, el de país y el de mercado, es notoria, y cómo los argumentos acaban reduciéndose a argumentarios electoralmente interesados. No es una buena dirección.

La polémica iniciada por Alberto Garzón sobre la ganadería intensiva contiene varias líneas políticas, con el telón de fondo de las elecciones de Castilla y León, pero que tendrán recorrido más allá de la convocatoria electoral, porque fijan las posiciones de unos y otros.

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