Cine

Milena Canonero, la diseñadora de vestuario que tuvo la osadía de ponerle zapatillas a Maria Antonieta

La naranja mecánica, El Padrino o La crónica francesa son algunos de los títulos que llevan el sello estilístico de la célebre diseñadora de vestuario italiana
Milena Canonero trayectoria
Milena Canonero en los Premios Oscar, 2015.Steve Granitz

Imaginemos a bote pronto a un malo de película. ¿Cómo vestiría? Probablemente nuestra memoria dibujaría una sombra negra que portaría un chaquetón largo, negro o parduzco (porque el frío y la maldad en el cine son elegantes), tal vez un sombrero de ala corta que cubriese el rostro, unos zapatos cerrados que dejasen una huella no demasiado imborrable… El malo de película sería hijo de Jack el Destripador, mito eterno del asesino, y también de las novelas de Hammett y Chandler, una silueta umbría que pasase desapercibida entre los humos de las tuberías del Londres victoriano o de cualquier ciudad donde la noche es anónima.

Y sin embargo, una chica llamada Milena Canonero, que aún no había llegado a los veinticinco años y se enfrentaba a su primera película como jefa de equipo en el departamento de vestuario, entró de golpe en el cine y se atrevió a rompernos los esquemas para siempre. En La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), cuatro chavales sembraban un pánico aleatorio en el Swinging London de los años sesenta, esa década tan supuestamente alegre y colorida de donde salen también tantas tragedias. Y en vez de ponerles a esos matones psicópatas un chaquetón de malvado, Canonero se volvió a la tradición de la comedia del arte, a la frialdad lunática de Pierrot mezclada con las máscaras grotescas y los miembros obscenos. Recuperó a esos viejos signos de las varietés para crear un uniforme donde no faltaba el bombín, las botas militares, los pañales sadomasoquistas y el pijama de niño. Había nacido el malo de la modernidad: cuatro terroríficos payasos proto-punk que igualmente podrían haber salido de un club vanguardista o del mismísimo manicomio. El terror y la violencia que provocaban a su paso eran tan gratuitos y vacíos de significado que provocaban una risa heladora.

El actor Malcolm McDowell en un fotograma de La naranja mecánica.Sunset Boulevard

Pues sí, nada como empezar así una carrera. Había conocido a Stanley Kubrick en su anterior película, otra obra indiscutible tanto desde lo fílmico como desde lo estético como es 2001 una odisea del espacio (1968) y se entendieron a la perfección. Canonero nació en Turín, la región de Italia a la que debemos los reyes de Saboya y los versos de Pavese. Estudió en Londres vestuario mezclado con la verdadera arma infalible de un gran diseñador: la pintura, y allí en seguida fue elegida por Kubrick para refabricar todo lo que hasta entonces significaba el vestuario. Había comprendido a la perfección las enseñanzas de Piero Tosi, de quien ya hablamos aquí, pero se atrevía a añadirle aún mayor valentía creativa, rompiendo tabúes en cada una de sus propuestas.

Ganó su primer Oscar con su segunda película, Barry Lyndon (1975), de nuevo con su cómplice Kubrick. En ella jugó con esa mítica luz de las velas a punto de apagarse para provocar la constante sensación de naturaleza muerta, de fin de mundo inmortalizado en un lienzo. Volvió al blanco nuclear para hablarnos de la juventud temerosa que corre contra el tiempo y contra los prejuicios de clase en esa Inglaterra de entreguerras que cuenta Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981), donde suenan los sintetizadores de Vangelis y se siente el frío entre los canalés de los solitarios corredores de fondo. Ese fue su segundo Oscar.

Pero debemos a Milena muchas más imágenes memorables, porque tras el éxito de esta última cinta fue reclutada por Hollywood como lo que era, la mejor de su tiempo. Comenzó a vestir el jazz humeante de Cotton Club (Francis Ford Coppola, 1981) o los mordiscos de un trío de vampiros new-romantics (ríete tú de Crepúsculo) encarnados por Susan Sarandon, Catherine Deneuvey David Bowie en esa joya espectral llamada El Ansia (Tony Scott, 1983). Marcaron época prendas rebeldes y llenas de historias como la americana amarilla de Dick Tracy (Warren Beatty, 1990) o el pantalón caqui de la mujer que tenía una granja a los pies de las colinas de Ngong, Memorias de África (Sydney Pollack, 1985).

Ya asentada en el cine americano de mayor prestigio, se unió a la familia Coppola como si siempre hubieran entendido el cine del mismo modo: como una gran declaración de pasión artística donde la imagen contiene toda la riqueza narrativa del detalle, del personaje. A principios de los noventa le dio a Andy García la prenda más sexy de su vida, una bata marrón con la que demuestra al tiempo su valía y su crueldad como heredero de su tío Mike en El Padrino III (Francis Ford Coppola, 1990), y con el correr de esa década se entendió a la perfección con la hija del gran maestro, Sofia Coppola, a la que había vestido como Mary Corleone y pronto se convertiría en una prometedora directora con quien haría otra de sus maravillosas travesuras históricas: osa meter en el armario de María Antonieta (2006) unas zapatillas Converse. Ese detalle completamente rupturista con el historicismo de la pieza dice más de la niñez e ingenuidad del personaje que casi todas las biografías que puedan escribirse. Un riesgo que alguien como Milena Canonero entiende como un trampolín hacia la creatividad. Ese fue el tercer Oscar, el de la valentía.

Kirsten Dunst en Maria Antonieta.UNIMEDIA INTERNATIONAL / PATHE D

Pero llegaría una colaboración más tardía e igualmente cómplice, la de Milena y Wes Anderson, cuyo mundo cada vez más icónico y personal, a medio camino entre una tira cómica y un paisaje de David Hockney, no podría entenderse sin la precisión del trabajo de Canonero. Suyos son Viaje a Darjeeling (2007), El Gran Hotel Budapest (2014), cuarto y último Oscar hasta la fecha; y su última película, La crónica francesa (2021), que de tan estética y dependiente en las labores exquisitas de Canonero y Robert Yeoman (su director de fotografía), Anderson olvida un poco que también tiene que dirigir.

En cualquier caso, el viaje profesional de los trajes de Milena Canonero ha recorrido todos los continentes y casi todas las épocas sin jamás perder ese sentido constante de creatividad, de apertura al diálogo, abriendo caminos y rompiendo moldes. Por eso los drugos de La naranja mecánica son aún hoy un icono de rebeldía moderna (un clásico de los disfraces de Halloween), que inventó una veinteañera que sigue inventando película a película.

ideas peinados fiestas
7 ideas de peinados (inspirados en el cine) para todas las fiestas de la temporada
Gallery7 Fotos
Ver fotos