El ‘Turandot’ del PP

Cuadernos del sur

“Existen dos reglas de oro para cualquier orquesta: que todos comiencen y terminen juntos; al público le importa un bledo lo que suceda en el medio”. La frase, atribuida a Thomas Beecham, director británico, refleja la trascendencia pública del cónclave que el PP andaluz celebró el pasado fin de semana en Granada, donde se escenificó –de forma más cruda que nunca– la guerra civil que libra la dirección de Génova con sus crecientes y activos disidentes, donde batallan (por su propio interés, como dicen en los aeropuertos) las tribus de los cayetanistas –haberlos, haylos–, los ayusistas, los feijoistas y, siempre con una gran sonrisa, los morenistas. Tanta unanimidad asombra, aunque ya se sabe lo que decía la publicidad de los discos de Elvis (Presley): “Cincuenta millones de fans no pueden estar equivocados”.

La reunión de los conservadores del Sur, que por vez primera en la historia ocupan el Quirinale, fue diseñada por el aparato de San Fernando –la calle de Sevilla donde se encuentra la sede regional del PP– como un atrio para mostrar unidad orgánica e impulsar la segunda navegación de Moreno Bonilla hacia la reválida de San Telmo. Génova tenía planes distintos: el congreso debía evidenciar –con la designación de una Ejecutiva compartida– la operación de control sobre el PP andaluz que viene ejecutándose, como una sinfonía, desde la trinchera misma de los congresos provinciales. Los casadistas ambicionaban pasar de la “integración” –puestos secundarios– al primer plano político, conjurando así el fatídico interruptus que hace tres años los dejó en una esquina del tablero político. Éste era el plan.

Barones del PP en el congreso de Granada

Barones del PP en el congreso de Granada

EFE

Las cosas, sin embargo, salieron al revés. Consentida o impulsada por Génova; a estas alturas se trata de algo irrelevante, la filtración de las famosas grabaciones del vicepresidente de la Junta en las que admitía que a partir de enero empieza la carrera electoral en Andalucía y no les interesa aprobar el presupuesto autonómico– trastocó por completo la situación, dando a los barones críticos o remisos con Casado –especialmente a Ayuso– la oportunidad de mostrar que su causa frente a la dirección nacional no es una batalla individual, sino compartida. “Vuela

libre y toma tus propias decisiones”, le dijo la presidenta de Madrid a Moreno Bonilla ante un auditorio que la recibió con vítores. El levantamiento de Ayuso, que Génova interpreta como “un golpe de Estado”, buscaba así expandirse desde la capital al frente del Sur.

El presidente de la Junta fingía no moverse pero –por persona interpuesta– dejó clara cuál es su orilla: su número dos, Elías Bendodo, recibió a Ayuso como si fuera la presidenta nacional del partido y, acto seguido, se sentó ante el auditorio –el momentum chester– para entrevistar a Juan Marín –todavía líder de Cs en Andalucía– en un gesto que evidenciaba que, si Génova pensaba de verdad que incrementando la hostilidad que desde la moción fallida de Murcia practica contra los liberales naranjas iba a desestabilizar la alianza política que sostiene al PP andaluz, se equivocaba. Moreno Bonilla abrazó a Marín durante el congreso como si en lugar de su circunstancial socio de gobierno y su adversario –PP y Cs compiten por la misma franja electoral– fuera a ser el nuevo vicepresidente de la calle San Fernando.

Casado tenía antes de empezar el congreso de Granada un grave problema en Madrid. Al terminar el cónclave la discordia se había trasladado –sin remedio– a Andalucía, donde por otra parte ya andaba incubándose hace meses. No es de extrañar que, al parecer por confusión, el presidente nacional del PP terminase oyendo una misa franquista en Granada, donde Lorca escribió que habita “la peor burguesía de España”. Cada loseta del pavimento que pisa Casado le devuelve el agua sucia de la lluvia. A su alrededor suena, insondable, la honda gravedad de la música sacra. Igual que el coro de un réquiem anticipatorio. Memento mori.

Herbert von Karajan, el director de orquesta austriaco, explicaba que una orquesta pasa de ser una masa formada por un centenar de músicos a convertirse en un único cuerpo igual que se congrega una bandada de pájaros: “Por una suerte de sentimiento de pertenencia a un grupo”. Nada más cierto: en Granada, patria de Manuel de Falla, el PP mostró su naturaleza tribal –la suma de distintos grupos enfrentados– mientras la música ambiental transmitía intensas disonancias. El símil sonoro resulta exacto porque el presidente del PP, forzado por la conjura de algunos de sus barones, unos con más vehemencia que otros, recurrió a él para ensayar un supuesto mensaje de autoridad: “Somos una gran orquesta, afinada, armónica, donde prima una partitura fuerte, no la suma de planes individualistas. Aquí no caben los solistas”.

Fue en vano. Para ese momento –la clausura del congreso– todo había quedado claro: el PP se ha convertido, cuando las encuestas más le sonríen en Madrid y en Sevilla, en una orquesta que toca de espaldas a la batuta de Herr Direktor. La partitura la fijó Ayuso, al hacer suya la autonomía que Moreno Bonilla reivindica para decidir un hipotético adelanto electoral. La dirección nacional del PP terminó tocando esta misma melodía –“Eres libre y ninguno de fuera va a venir a decirte lo que debes hacer”, dijo García Egea al presidente andaluz– para asombro de sus huestes meridionales, que se quedaron compuestas y sin cuota.

El presidente de la Junta fue reelegido jefe del PP andaluz con una mayoría búlgara: el 99% de los votos. Estaba previsto. Lo que muchos no podían imaginar es que su Ejecutiva, donde Génova quería situar a sus embajadores de confianza, al final no sufriría el asalto frontal del casadismo. Haber consumado esta estrategia hubiera supuesto darle la razón a Ayuso y facilitar la expansión del frente crítico al Sur (61 diputados). Moreno Bonilla dejó sin nadie el cargo de vicepresidente del partido en Andalucía –un puesto que Génova ambicionaba– y no tuvo problemas para situar como coordinador de la dirección a un dirigente de su facción.

Casado y García Egea sacrificaron a los suyos ante el riesgo (evidente) de amplificar la tormenta de Madrid. La batalla no ha terminado porque, en apenas unos meses, dependiendo de cuándo sean las autonómicas, ambos bandos librarán otra guerra por la elaboración de las listas electorales. Moreno ha tomado posiciones situando en esta trinchera a peones de su confianza. El que iba a ser el congreso de la genovización del PP andaluz terminó mostrando la impotencia del casadismo, cuyos validos departían en los pasillos del cónclave con Fran Hervías, el exdirigente de Cs fichado por García Egea y, según Juan Marín, supuesto autor de la filtración de su grabación. No hay nada como la fraternidad sincera entre liberales.

Granada parecía la Sevilla de Santiago Montoto, el escritor costumbrista que aconsejaba como pauta para lograr el prestigio social –léase, político– lo siguiente: “En la vida hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia; no exhibir excesiva ciencia, y presencia y ausencia, según conveniencia”. A este paso la vicepresidencia (vacante) del PP andaluz puede acabar, para asombro de Génova, en manos del todavía líder andaluz de Cs. Si sucede, será la señal inequívoca de que el PP no es un talent show, como dijo Casado al clausurar el cónclave de Granada, sino el Turandot de Puccini. El director Arturo Toscani dirigía la orquesta el día del estreno de esta ópera cuando le comunicaron la muerte de su autor. Entonces detuvo la música y sentenció: “Qui termina la rappresentazione perché a questo punto il Maestro è morto”.

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