Raúl del Pozo lleva 60 años en el periodismo. A los ochenta y pocos tiene hechura de leyenda con algo de bucardo, de único de la especie. Es supersticioso, como los gitanos. Y desconfía del elogio como los budistas. En los ochenta frecuentó esta misma discoteca donde ahora, con la pandemia algo más lejos, presenta un libro de título excéntrico, desconcertante: 'No le des más whisky a la perrita' (La Esfera de los Libros), su biografía "no autorizada" pero consentida, escrita por los periodistas Julio Valdeón y Jesús F. Úbeda ensamblando entrevistas a más de medio centenar de amigos, enemigos y alrededores.
El resultado es una historia fastuosa, felizmente desordenada, compulsiva y apasionante. Cuesta creer que tanta aventura quepa en una sola vida. El periodismo, la literatura, los viajes, el póker, los casinos, el Café Gijón, los amigos...La existencia de Raúl del Pozo se despliega como un mapa donde las pistas son el tesoro. Un manual de instrucciones sobre aquello que acumuló un hombre con ánimo de jungla que ahora vive en un jardín.
A la discoteca Pachá, Del Pozo se asomó en otras décadas cuando algunas fiestas de mucha lentejuela imantaban a famosos de muy distinto pelaje. Él sacaba de allí, el templo de su amigo Pedro Trapote, crónicas con su dosis de audacia y su gramaje de maldad. Periodismo de calle adentro, que en Raúl también es de los mejores.
Este viernes, tímido, estaba como tantas otras noches pero ahora el perseguido era él. "Esto de los homenajes ahora es horrible. Sólo se los dan a los etarras", dijo.
"Los autores me hicieron una putada: sólo hablaron con mis amigos porque mis enemigos están muertos".
Pachá recordaba a un bazar donde nadie vendía nada, pero se exhibía mucha mercancía. Varias generaciones vinculadas a la sombra de Del Pozo. Periodistas, empresarios, políticos, buscavidas de reputaciones tan sólidas como dudosas. Todo junto y a la vez. Estaban Margarita Robles, Andrea Levy, Begoña Villacís, José María García, Rosa Villacastín, Pilar Cernuda, Marta Flich, Edu Galán, Manuel Jabois, Jorge Bustos y Patricia Reyes, Lita Trujillo... Y tenía sentido, pues la vida de Raúl es algo de eso: un géiser soltando vapor en todas direcciones y resumido en los periódicos con extrema precisión, con entusiasmo contagioso, con audacia.
Comenzó a ganarse la vida como maestro de escuela en un pueblo de Cuenca y en Madrid se aupó a lo alto del oficio como reportero del diario 'Pueblo'. Perteneció al PCE, pasó por algunos de los diarios más importantes, estuvo en las radios, estuvo en Rusia antes de la Perestroika, en Londres con los 'squads', en Cabo Cañaveral cuando el hombre salió hacia la Luna, en la Revolución portuguesa de los Claveles, publicó cinco novelas... ha vivido la segunda mitad del siglo XX sin perderse lo que importaba. Y lo ha contado con un periodismo intransferible, de estilo fuerte, directo, evocador.
A Raúl aún le queda cuerda. Cada día se cruje los dedos antes de escribir, juega con su perrita, escucha, llama, interpreta y se lanza a la columna, en la contraportada de EL MUNDO, como cuando de joven intentaba extraer de las palabras aquello con que decir las cosas de otra manera. Y así continúa oficiando. Sólo con la mitad de lo que ha visto a otros muchos no les habría dado tiempo de contarlo.
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