Quizás lo más importante de la primera sesión de diálogo sobre el conflicto catalán es que se haya celebrado. Y, por supuesto, que se haya celebrado en buena armonía y que las negociaciones continuarán. Como era de prever, no se lograron acuerdos importantes. "Dialogar sin plazos", como lo describió el presidente Sánchez, es una decisión sensata y pragmática. No será fácil ni se intuyen acuerdos fuera de los límites posibles, pero hablando con serenidad, sin violencia en las calles ni insultos ante las cámaras, siempre se puede avanzar en la solución del problema.

El Gobierno cree que "el proceso soberanista está terminando" y pide a Junts y a "todo el mundo" que se sume al diálogo

El independentismo catalán inicia esta negociación en horas bajas. Era previsible que la unidad exhibida en medio de la euforia pasada terminaría. Hoy se refleja en el espejo de la división. El independentismo no es ni unánime en la sociedad catalana ni monolítico entre sus seguidores. El paso que intentó dar bajo el liderazgo de Puigdemont era un disparate sin futuro y una decisión utópica, como enseguida se demostró. La violencia que lo respaldó fracasó también.

Recuperada la normalidad, el pragmatismo empezó a imponerse poco a poco: se celebraron elecciones con plenas garantías democráticas, se formó una difícil coalición de gobierno y la actividad política reanudó su actividad con discrepancias lógicas, pero sin sobresaltos que la sociedad catalana plena empieza a disfrutar. El mejor ejemplo lo vimos en la celebración de la Diada y lo ratificamos a diario con el ejercicio de la libertad de cada uno. La mesa de negociación lo reflejó el miércoles. Habrá nuevas reuniones. Los catalanes tienen reivindicaciones y objetivos para su progreso y buena convivencia que pueden conseguir hablando y negociando las diferencias.