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La “disculpa femenina” en los JJOO y la eterna polémica por cómo se visten, maquillan y peinan las deportistas

Las jugadoras de balonmano noruegas, las gimnastas alemanas y una saltadora británica tienen algo en común: a los jueces no les gusta lo que se ponen para competir.

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Getty/ Instagram

Los Juegos Olímpicos de Tokio apenas han empezado, pero el verano ya ha tenido las primeras polémicas en torno al vestuario de atletas en otras competiciones, y casi todas ellas suenan recurrentes. La que ha hecho más ruido tiene que ver con el equipo noruego femenino de balonmano playa, que ha recibido una multa de la Comisión de Disciplina de la Asociación Europea de Balonmano por acudir al torneo europeo con top y mallas cortas, en lugar de ponerse las braguitas reglamentarias, “cortadas en un ángulo hacia arriba en la parte superior” y “con un ancho lateral máximo de diez centímetros en el lateral”.

La federación amenazó a las jugadoras noruegas primero con multarlas con 50 euros por cabeza y más tarde con desclasificarlas, por lo que finalmente tuvieron que jugar su partido contra la selección de Hungría con el uniforme oficial. Aun así, aprovecharon la atención que captó el asunto –no nos engañemos, habrá una pandemia y una crisis climática, pero los medios no va a dejar pasar la oportunidad de titular una noticia con “braguitas” e ilustrarla con jóvenes atléticas en poca ropa– para denunciar la “hipersexualización” que se exige a las atletas. La foto de grupo que se hicieron con sus compañeros del equipo masculino lo dice todo: ellas en bikini, ellos con camiseta de tirantes y shorts a medio muslo.

Lo que para unas es de reglamento, para otras es demasiado descocado. El mes pasado, la atleta paralímpica inglesa Olivia Breen, que tiene parálisis cerebral, recibió una amonestación de los jueces en el campeonato británico por llevar una braga deportiva “demasiado reveladora”. “No se debería hacer sentir a las mujeres cohibidas por la ropa que llevan cuando compiten, sino cómodas y seguras”, denunció Breen entonces, y dijo también que muchas otras deportistas le habían explicado que habían recibido comentarios similares por parte de jueces y árbitros. La atleta piensa llevar el mismo microshort, de marca Adidas, a los paralímpicos de Tokio.

En cuanto arranquen los juegos y tengan lugar las primeras competiciones de gimnasia artística y de natación sincronizada, volverán a surgir las mismas preguntas que se oyen cada cuatro años: ¿es necesario que las atletas vayan maquilladas? ¿Qué lugar tienen las lentejuelas en el pelo en un uniforme deportivo? ¿Por qué tiene una deportista superdotada como Simone Biles competir con lazos en el pelo, como si estuviera en un recital infantil? En 1978, una catedrática estadounidense de Educación Física y Kinesiología llamada Emily Wughalter bautizó ese fenómeno en un trabajo académico como “the female apologetic”, o “la disculpa femenina”. En su opinión, todos esos elementos, así como, por ejemplo, los segmentos de danza más vistosos en la gimnasia rítmica, se habrían implantado para ahuyentar los estereotipos de lesbianismo asociados entonces con las deportistas y en general para que las mujeres se “hiciesen perdonar” su falta de feminidad tradicional. Para compensar el hecho de estar mostrándose fuertes, rápidas, ágiles y de alguna manera masculinas, se les exigía que lo equilibrasen con “volantes y giritos”, según Wughalter.

En mayo de este mismo año, tres atletas del equipo alemán de gimnasia artística llevaron maillots que les cubrían las piernas en el campeonato europeo que se celebró en Basilea. Lo hicieron, dijeron, en protesta por la sexualización que se exige a las mujeres en ese deporte, en el que los hombres compiten en pantalones cortos y sin maquillaje. “Todas las mujeres queremos sentirnos cómodas en nuestra piel. En la gimnasia, se vuelve cada vez más difícil a medida que creces y dejas atrás tu cuerpo de niña”, explicó una de ellas, Sarah Voss, a la televisión pública alemana. “De niña, no pensaba mucho en los maillots, pero cuando empezó la pubertad, cuando me vino la regla, empecé a sentiré más y más incómoda”.

En este caso, y al contrario de lo que sucedió con las noruegas, la organización se lo permitió porque ese tipo de uniformes están autorizados para gimnastas que tengan objeciones religiosas a la hora de enseñar las piernas.

Sin embargo, por cada mujer deportista que batalla con su federación por llevar un uniforme más parecido al de los hombres, hay otra que quiere lo contrario, y que no cree, como pensaba Wugheiler, que llevar maquillaje, cristales Swarovski en el bañador, como acostumbran las nadadoras de sincronizada, o las uñas largas, esté reñido con su excelencia atlética. La última estrella del atletismo femenino, Sha’carri Richardson, que no puede competir en Tokio porque dio positivo por consumo de marihuana (pero sí protagoniza una campaña de Beats junto a Kanye West), es famosa por su pelo naranja y sus manicuras creativas, que recuerdan a las de Florence Griffith en los ochenta. La jugadora de fútbol femenino Ali Krieger suele jugar con maquillaje, que ella llama sus “pinturas de guerra”, aunque no es habitual en el fútbol, y otra corredora estadounidense, Shannon Rowbury, se pinta los labios de rojo para cada carrera porque lo considera “empoderador”. Lo mismo que dijo la gimnasta Aly Reisman del rímel, que le da confianza.

Según otra profesora canadiense, Elizabeth Hardy, que ha actualizado el asunto de la “disculpa femenina” en el deporte, los medios tienen un papel importante en la persistencia de estos estereotipos, sobre todo en la élite, porque para las atletas es más fácil conseguir cobertura y contratos con marcas que las esponsoricen si se circunscriben a un físico normativo. “Si enfatizan esa visión idealizada de la feminidad tradicional, se aseguran de permanecer deseables a los hombres”, escribió Hardy en un análisis de los roles de género en los últimos juegos olímpicos, los de Río de Janeiro 2016. Allí, dice Hardy, la cobertura, por ejemplo, del equipo de vóley playa femenino “se concentra en los cuerpos de las atletas y no en el deporte, lo que demuestra que ser estereotípicamente atractiva debería ser más importante para las atletas que ser buena en su deporte”.

La profesora también abordaba en su estudio un asunto más controvertido. Desde hace unos años, una óptica más inclusiva del deporte se está focalizando en las atletas que son madres y en cómo logran compaginar ambos roles, enfatizando que se puede ser a la vez deportista de élite y madre. Esta misma semana, Ona Carbonell ha denunciado las dificultades que le pone la organización de Tokio para seguir dando lactancia materna a su bebé de ocho meses. Para Hardy, sin embargo, si los medios se concentran demasiado en ofrecer una imagen protectora y maternal de esas deportistas, esto va en detrimento de su rol como atletas y de su deporte en general. Ella da el ejemplo de la capitana del equipo de curling de su país. Jennifer Jones, una estrella en Canadá, ganó la medalla de oro en los juegos olímpicos de invierno de Sochi en 2014, cuando ya tenía un hijo de dos años. “La del skip [el capitán] es una posición dominante, autoritaria dentro del curling. Sin embargo, en enfoque de los medios y de las campañas publicitarias que trabajan con Jones se dirige a su lado protector y se enfoca en su papel de esposa y madre, no en su éxito como atleta, lo que genera la impresión de que sus logros deportivos no son suficientemente válidos, que no son lo suficientemente buenos. Esto es dañino para las jóvenes atletas, ya que demuestra que las ambiciones deportivas no importan, porque ser madre debería ser la prioridad en tu vida y aquello por lo que se te conocerá”.

Enfatizar tanto el enorme mérito de las atletas que logran volver a entrenar al máximo nivel después de haber parido o que compiten embarazadas, como hizo Serena Williams en un Open de Australia, que ganó sin que nadie supiese que ya estaba esperando a su hija Olympia, podría, según esta teoría, estar subiendo innecesariamente el listón y lanzando el mensaje secundario de que ser solo atleta y no atleta y madre es menos importante.

De momento, la primera polémica que ya han traído los juegos olímpicos con respecto a los uniformes femeninos no tiene que ver con si son demasiado reveladores o demasiado femeninos, sino con, digamos, la gestión de la diversidad. La Federación Internacional de Natación ha prohibido a las atletas usar los gorros de natación de la marca Soul Cap, pensados para el pelo de las afrodescendientes. La Federación cree que no respetan “la forma natural de la cabeza”. Nadadoras como Danielle Obe, sin embargo, denuncian que la decisión es sintomática de lo blanco y homogéneo que es aun ese deporte. El gorro de natación originario lo diseñó Speedo para evitar que el pelo, generalmente el pelo liso, fuese a la cara al nadar. “Pero el pelo afro sube y desafía la gravedad”, dijo Obe. “Inclusividad significa que cualquier forma de la cabeza se considere normal”.

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