Siempre deslumbrante y a veces despampanante. Que a la reina de los Países Bajos le gusta la moda es obvio porque su guardarropa es enorme, invierte en modelos de costura para las grandes galas, como en los del diseñador holandés Jan Taminiau, afincado en Madrid, y arriesga con sus looks. Le encantan los colores fuertes (el naranja, símbolo de los Orange, es uno de sus favoritos), los vestidos con amplios volúmenes, los accesorios XL y las pamelas, tocados y turbantes, como los de Philip Treacy, que luce con seguridad. Siempre lleva accesorios vistosos: bolsos, chales, broches en el pelo, guantes, cinturones... Elige la exuberancia frente a la discreción.
El mismo dominio muestra cuando lleva tiaras y joyas de enorme valor pertenecientes al joyero de la casa real holandesa. A ella le luce todo. Pero a la reina Máxima, tan admirada fuera de su país por su generosa sonrisa, su atractivo y su aspecto siempre alegre, se la critica de puertas adentro por sus excesivos gastos en ropa de marcas extranjeras: Valentino (que realizó su vestido de novia), Chanel, Natan..., que conforman la mayor parte de su vestuario. Se le acusa también de no dar suficiente visibilidad a la moda de Holanda, pudiendo convertirse en su mejor embajadora.
Pero, lo mismo que elige una costosa creación de alta costura de gran complejidad técnica, como la de Iris van Herpen que lució para la celebración de su 50 cumpleaños, el pasado 17 de mayo, repite vestido 'low cost' de H&M, un modelo en popelín beige con mangas abullonadas, que cuesta en la tienda online del gigante sueco 49,99 euros. Ayer volvió a ponérselo para un encuentro virtual con representantes del Centro de Pediatría Oncológica Princesa Máxima.
La reina Máxima, que tiene una asignación anual de más de 1,1 millón de euros aprobada por el Parlamento holandés, es una 'bonne vivante', poseedora de una arrolladora personalidad. Desde su infancia en Buenos Aires, pasando por su trayectoria como ejecutiva de banca en Nueva York (donde conoció a su marido) y después como princesa de los Países Bajos, su vida ha sido intensa y no exenta de episodios dramáticos.
A su padre, Jorge Zorreguieta, que fue alto funcionario de Agricultura durante la última dictadura militar argentina, el Parlamento holandés no le permitió acudir a Amsterdam para la boda real de su hija en 2002 con el entonces príncipe Guillermo, lo que a ella le causó una enorme tristeza. Tampoco él pudo asistir posteriormente a la ceremonia de coronación, en la que Máxima se convirtió en reina consorte. Otro episodio enormemente doloroso para la monarca fue el suicidio de su hermana pequeña, Inés, a los 47 años, ocurrido en Buenos Aires.
Gracias a su espontaneidad y simpatía, y por su implicación en causas sociales, la reina Máxima se ha ido ganando al pueblo holandés, pero su popularidad ha decrecido considerablemente en los últimos tiempos por su comportamiento durante la pandemia. Recientemente el matrimonio real pidió perdón en Twitter por unas vacaciones en Grecia, donde poseen una villa, en las que no respetaron las restricciones impuestas por la covid.
Muy comentada ha sido también la asignación monetaria a la princesa Amelia, heredera al trono, que dispondrá de 300.000 euros cuando cumpla su mayoría de edad en diciembre. Recibirá también un complemento de 1,6 millones de euros para gastos personales. Su hermana, la princesa Alexia coincidirá con la princesa Leonor, ambas de 15 años, en el colegio UWC Atlantic College de Gales, en el Reino Unido.
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