En mi primera novela, «El vuelo de los avestruces», su protagonista, Manuel España, asesina a su madre y la entierra con un par de zapatos de Roger Vivier. Es cierto que las primeras novelas tienen todo lo escabroso de lo que somos capaces. Casi veinte años después de su publicación, estoy ante la puerta de la tienda Roger Vivier en el 29 de la Rue du Faubourg Saint Honoré, muy cerca del Elíseo, donde probablemente la primera dama, Carla Bruni, organice su agenda vestida con alguno de estos míticos zapatos, cuya hebilla cuadrada y exagerada creó uno de los primeros distintivos de la moda del siglo veinte. Mucho antes de que existiera Blahnik, las fantasías de Jimmy Choo o incluso el siempre venerado Walter Steiger, el señor Vivier suponía el máximo de la creación zapatera. Ferragamo era la industria; Vivier, el artista. Sus zapatos para Dior o Balenciaga, entre otros grandes creadores, se consideran piezas de museo. A principios de esta década, Inès de la Fressange decidió asociarse con Bruno Frisoni y recuperar la mítica marca. Inès es, a su manera, una marca: tanto por la ropa diseñada por ella como por su decoración de interiores. Pero, sobre todo, ella misma es el icono: de todo lo que significa el nuevo París y también esa Francia que ha visto pasar a Mitterrand, Chirac y, ahora, a la Bruni despertando todo tipo de pasiones en la presidencia Sarkozy. Junto con el fotógrafo, espero su aparición, rodeados de los muebles del belga Hervé Van Straeten que han marcado el revival del sello Vivier y que pueden admirarse en las tiendas de la firma. En una pared, muy cerca de la ventana, el Picasso poscubista con la mayor cantidad de verde que conozco y un fantástico Poliakoff con los colores de la bandera francesa. Y zapatos. De todo tipo: convencionales, tapizados en plumas, de joyas, de irrecuperable cocodrilo, con hebilla, sin hebilla, un tacón altísimo que esconde una perfecta ingeniería... Y una clienta, rubia, peinada como si fuera un jardín preservadísimo, y su hija, que ya apunta maneras. Inès aparece, mucho más alta de lo esperado, sonriente y con unos ojos felinos que no pueden ocultar la ironía con la que observa el mundo. Está vestida con una camiseta de un punto insuperable, en un azul marino indefinible, vaqueros blancos y una larga ristra de pulseras en cada brazo que suenan constantemente, avisando de su presencia. Extiende la mano y se acerca a las clientas, que dejan la boca abierta como toda respuesta, y las asesora para que compren un Vivier-Vivier, porque es para toda la vida, y, al día siguiente, regresen para el par más extravagante. Mientras las clientas ejecutan sus ordenes, Inès posa en las escaleras, sonríe exacta, de vez en cuando baja la cabeza, se sacude un poquito el pelo cortísimo y coloca un hombro delante de otro. tras los pasos del maestro El fotógrafo termina y ella me coge del brazo, repasando los cuadros y unos pequeños naranjos que franquean la sala. «Los escogí porque Vivier tenía unos idénticos en su casa. De todos los que trabajamos aquí, soy la única que lo conoció. Era adorable, muy mayor, pero ¡con tanto por compartir! Me cogía la cara y me decía: ?Eres tan nuestra, tan París, tan francesa; tienes que protegernos?. Yo era una niña. Lo que hago ahora es seguir sus palabras. Pero antes cuénteme cómo es lo de su novela y los Vivier. Le felicito por haber matado a su madre en la primera novela: es algo que hay que hacer pronto. Parece increíble que usted supiera de Vivier, se ve tan joven. ¿De verdad tiene 42? Hum, ¿se ha hecho algo de bótox? ¿No? Qué bien: yo tampoco.» Así empezamos: es sumamente divertida pero también incisiva. Su voz es grave y el acento francés remarcadísimo. Oírla decir «cigarretes» es casi aproximarse a una excitación. Ella lo sabe y lo enfatiza. Defiende a Vivier como un creador «que dejó el negocio justo antes de que se convirtiera en la locura de hoy día. Por eso me empeñé en recuperarlo. Él fue el primero, no podía permitir que lo convirtieran en un ?olvidado? ». El atractivo de lo sofisticado ¿Por qué fascina tanto un objeto utilitario y protector como el zapato, pero que no deja de ser algo aparentemente sin alma? «Mire, la frivolidad hay que tomarla como algo muy serio. Y, si me permite, casi espiritual. Todas las familias atesoramos algo que creemos esencial, mágico si quiere, hermoso siempre. Un zapato es así. Y si a eso le agrega una calidad impecable, un diseño trabajado para servir y al mismo tiempo adornar, eso es Vivier.» Vuelve a reír, una risa tan grave y sofisticada como todo su acento y las pulseras. Es como una Cruella de Vil encantadora y, seguramente, más peligrosa. Inès es viuda y por el momento se dedica ella sola a la crianza de sus hijos. La situación la hace todavía más atractiva y valiente. «Siempre he sido una mujer de decisiones drásticas. Cuando decidí ser la modelo exclusiva de Chanel, todo el mundo me dijo que arruinaría mi carrera. ¿Por qué serlo de una sola casa cuando todos me pedían que desfilara para ellos? Bueno, ¿y por qué no? Seguí trabajando con los mejores fotógrafos y contribuyendo a la creación de un nuevo hito en la casa Chanel. Hum, recuerdo momentos muy agradables, muy divertidos y muy exigentes con Lagerfeld. Fueron años muy intensos que terminaron. Todo en la vida tiene su principio y su final.» Teniéndola delante deseo saber si la relación fue traumática como siempre se ha rumoreado. «Los dos tenemos personalidades fuertes. No creo que se me pueda definir como modelo. Es decir, no soy la más guapa, no soy la mejor posando, siempre fui? rebelde. Hace unas semanas fui a una première y coincidí allí con Claudia Schiffer. Los fotógrafos se volvieron locos: ¡las dos criaturas de Chanel juntas! Fui yo la que la llamó, gritando: ?¡Claudia, Claudia?!?. Y empezaron los flashes. Ella no se movía ni un milímetro, pelo perfecto, sonrisa, piel, ojos. Yo, en cambio, soy como una marioneta, riendo, saludando a otros amigos. Salgo horrible en todas esas imágenes. 35 fotos perfectas de Claudia, 35 fotos horribles mías, y no porque ella sea más joven: es, sencillamente, más profesional. Schiffer es una modelo. Yo soy? Inès. Pero, sí, cada vez que veo un libro de grandes fotógrafos de los setenta, ochenta o noventa, pienso: ?Allí estás tú, Inès?. ¿Beaton? Trabajé con él, venía acompañado de su enfermera. Se sentaba al lado de la cámara, disparaba y decía: ?Bello... maravilloso?. » Inès se levanta para interpretar la escena y todos los personajes. «Horst, Parkinson... todos muertos. Otros, terribles, como Newton. Nunca nos entendimos; nunca sabía hacia dónde estaba mirando y me volvía loca.» Vuelve a levantarse y genera una imitación perfecta del legendario fotógrafo, aparentemente muy esnob con sus modelos. amigos y fotógrafos Imagino que sabrá hacer imitaciones tan buenas de muchísima otra gente. Por ejemplo, de su amiga Carolina de Mónaco. «Carolina es sencillamente buena. Sé que para el Baile de la Rosa de este año llevó nuestros zapatos estrella. Es una buena, muy buena chica.» Insiste con Newton: «Siempre me pareció que no le gustábamos, las mujeres, que nos veía? nunca fue cómodo. En cambio, Guy Bourdin era extenuante, muy meticuloso. Una vez apoyé mis manos fuera de la ventana del coche, y estuve así cais seis horas, porque él quería fotografiar el reflejo en el espejo retrovisor. Es una foto increíble, pero la recuerdo insufrible. Un día me llamó ?mimada? y le dije: ?Guy, tienes toda la razón?, y me largué de la sesión. Al día siguiente me envió flores, chocolates, una nota bellísima y volví al estudio. Me gané su respeto. Algunos hombres tienen que ser tratados de esa manera». Marie Claire Tengo la sensación de que la moda hace veinticinco años era más un juego entre varios privilegiados que el inmenso negocio que es hoy día. Inès de la Fressange Claro que ha cambiado todo. La gente quiere adquirir una experiencia, un sueño... todo a través de la ropa. Algunos piensan que el glamour lo es todo. Para mí, lo importante es, en primer lugar, la salud y mi familia. Creo que el glamour funciona si tienes dinero. Lo que de verdad te hace diferente es la originalidad. Ése es el verdadero talento, importantísimo en este negocio: tener una opinión, una visión. MC ¿Se imaginó desde pequeña como Inès de la Fressange? Inès de la FressangeNo, era tan poco convencional... Al principio no encajaba, hasta que descubrí que me quedaban bien las camisas de hombre. La «andrógina», en eso me convertí, sólo por ponerme algo que me quedaba bien. Eso también es la moda: pasa algo espontáneo y, ¡zas!, se convierte en boom, en tendencia... ¡Un look, un look: mi vida entera por un look! MC Sus hijos, la ven como una? Inès de la Fressange¿Madre modelo? Jamás. Hace poco mi hija me pidió que por un día me vistiera como una madre de verdad. Me puse la falda, la chaqueta de Chanel y, cuando me vio, me suplicó que regresara a mis vaqueros y mis Converse. El fotógrafo quiere que estemos juntos en las fotos, que nos miremos. Aprovecho para reconocerle que tuve un ataque de pánico vistiéndome. «Me gusta tu reloj de oro. Claro, muy suramericano. La gente dice que los latinos exageramos, pero sin exageración no hay originalidad. Hoy parezco uniformada, pero siempre me pongo algo loco que nadie más se pondría... Hagamos otra pose. ¡James Bond! A los hombres, gays o no, les encanta James Bond.» el fetiche y la musa Recojo la grabadora. Quiero saber si la moda ha cambiado tanto en estos años que ha presenciado. «La verdad es que el cliente no sabe todo esto. El cliente quiere tener algo, nuestro zapatos Vivier, y lo quiere, lo quiere. Vas a la tienda, lo encuentras y es el mayor placer posible. Eso también es la moda. Una amiga mía, inglesa, se compró tanta ropa un día que le entró ansiedad ante la idea de enfrentarse a su marido. Llegó a Londres y vio al marido paseándose con una jovencita rubia despampanante. Cuando se encontraron en casa, le dijo que lo había visto. Y añadió: ?Decidí gastarme parte de tu dinero en venganza?. Y sacó toda la ropa. ¡Encuentro genial esa historia!» Inès ha trabajado, como modelo, para grandes creadores, como el finado Saint Laurent. Acudió a su funeral tan exquisitamente vestida que eclipsó a muchas otras luminarias allí presentes. «Una no se viste para un funeral pensando en eso, sino en homenajear a alguien tan importante, tan inmortal. Fue un momento muy triste, punto. El fin de una era. Eso sí que lo extraño. Antes de hacernos tan? industria, había mucho más humor y talento, más ebullición, más libertad. No pensábamos: ?Esto vende, esto es elegante?. Creíamos: ?Esto es rock and roll, esto es muy divertido, esto es un disfraz, pero tiene punto?. Cada semana de colecciones los diseñadores están más agitados. No tienen tiempo para viajar. ¿Qué tipo de creatividad es esa?» La cinta se acaba. Inès continúa hablando, avanzamos hacia el salón Vivier, que es una reconstrucción del auténtico despacho del zapatero. Inès ha cubierto las paredes en oro, los muebles son impecables; más que de refinamiento, hablan de disfrute, de esa apreciación por lo bello que poseen las personas cultivadas que al mismo tiempo se regocijan de saber mostrarlo. Anoto que en el mundo de lo sofisticado todo es un círculo vicioso, cada punta parece alimentar otra. Los muebles acompañan un bello traje, la comida realza una bella atmósfera, la conversación contribuye a una bella velada y así eternamente? Mientras pienso, Inès me enseña los bocetos de algunas de las creaciones míticas de Vivier, como el zapato con el tacón de bola de diamantes que hiciera para la duquesa de Windsor. Inès me muestra una colección de fotos de antiguas clientas Vivier: Jacqueline Kennedy, María Callas, Elizabeth Taylor. «¿Cómo puede gustarte Jacqueline? ¡Todos los enamorados somos más de la Callas!», exclama. Delante están las nuevas clientas Vivier, como Scarlett Johansson. «Y Jane Birkin, que podría estar con las antiguas pero siempre la encuentro nueva y por eso está aquí.» Hablamos de Carla Bruni. «Es una maravillosa primera dama. Todo lo que le sucede nos hace sentir increíblemente orgullosas. » Al final tenemos delante un retrato de Inès con Vivier. Él la mira arrobado y ella es toda devoción. Ninguno de los dos se imaginaba entonces que recuperarían la casa y la convertirían en una marca anhelada por miles de clientas, rusas, suramericanas, chinas o inglesas, alrededor de este planeta llamado moda.