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El orgulloso e íntimo centenario del Festival de Salzburgo

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La mayor cita musical de Europa nació hace un siglo como una alternativa abierta y democrática a Bayreuth.

El Festspiele de Salzburgo, en su inauguración, en 1970.
El Festspiele de Salzburgo, en su inauguración, en 1970. GETTY

Todos los veranos, desde hace un siglo, Salzburgo se rinde al misterio medieval de Jedermann de Hugo von Hofmannsthal. La primera puesta en escena de esta versión libérrima de El gran teatro del mundo corrió por cuenta de Max Reinhardt y se estrenó el 22 de agosto de 1920 en la Plaza de la Catedral. Aquella liturgia calderoniana marcó el inicio de un festival que habría de ser centenario por cuanto sentaba las bases de una nueva era para la identidad cultural europea. Hofmannsthal escribió esta «escena teatral sobre la muerte de un hombre rico» tres años antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, los protagonistas de la obra bailan frente a la fachada de la catedral una danza frenética que sirve de denuncia a la megalomanía y el despilfarro. La tradición obliga a aplaudir en la paradoja del esmoquin y el purgatorio de las reservas de hotel. La utopía de Reinhardt era humanista, sí, pero también alimenticia y hasta turística.

El Festival de Salzburgo nació hace 100 años como alternativa al Festival de Bayreuth y bastión contra el antisemitismo wagneriano. Stefan Zweig se encerró a escribir largas temporadas en el antiguo pabellón de caza del bosque de Kapuzinerberg, a media hora andando de la casa de Mozart. «Salzburgo me parecía la más ideal de todas las pequeñas ciudades de Austria, no sólo por sus paisajes, sino también por su situación geográfica», leemos en El mundo de ayer. «Era un verdadero punto de partida hacia Europa». La hegemonía cultural de Salzburgo como sede permanente de lo que Zweig llamó «los Juegos Olímpicos del arte» se vino abajo tras el Anschluss, aunque no dejó de celebrarse y siempre se mantuvo en pie a pesar de las adversidades. Quizá por eso, porque el único precedente de cancelación del festival se remonta al verano de 1944, tras el atentado fallido contra Hitler, su actual presidenta ha decidido plantarle cara a la pandemia.

«Estamos ante el mayor desafío al que se ha enfrentado nuestra sociedad desde el final de la Segunda Guerra Mundial», cuenta a EL MUNDO Helga Rabl-Stadler, que ha conseguido mantener en pie una programación reducida, con sólo dos óperas (Elektra y Così fan tutte, una tragedia y una comedia ligera), si bien ambiciosa y cargada de nombres estelares: Christian Thieleman, Gustavo Dudamel, Daniel Barenboim, Cecilia Bartoli, Riccardo Muti, Anna Netrebko... «Me habría sentido avergonzada de no haberlo intentado. Incluso en los peores momentos, cuando Salzburgo quedó reducida a escombros tras los bombardeos, las artes han servido de alimento para el alma. ¿Por qué habríamos de renunciar hoy a este faro en nuestro camino de vuelta a la normalidad?». Frente a los 270.000 visitantes de anteriores ediciones, se tendrán que conformar con menos de la cuarta parte, la mayoría autóctonos. No es obligatorio el uso de mascarillas mientras suene la música, sí antes y después, también durante los aplausos, y está terminantemente prohibido el uso de abanicos.

Para compensar las limitaciones de aforo, el canal ARTE ofrece en streaming gratuito todos los conciertos y óperas de la programación. «Somos el festival de música clásica de referencia en el mundo», se jacta su director artístico, Markus Hinterhäuser. «En 2019 ofrecimos 199 actuaciones en el transcurso de 43 días. Este año las cifras serán diferentes, pero nuestro empeño por preservar esta ciudad como epicentro de lo extraordinario habrá de ser recordado como un hito histórico». Frente al lema de pasadas ediciones (pasiones humanas, ansias de poder...), la programación de este verano gira en torno a la relación de los individuos con la comunidad y el anhelo de esperanza en un mundo convulso. «El propio Hofmannsthal lo dejó escrito: cuando la voluntad despierta, la acción deja de ser un sueño», asevera la superintendente Rabl-Stadler: «El Festival de Salzburgo fue concebido como uno de los primeros proyectos de paz sobre las ruinas del antiguo imperio austro-húngaro. 100 años después, hemos recogido el testigo para demostrar que con idealismo, creatividad, perseverancia y valentía saldremos victoriosos».

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