La soledad de la Fontana di Trevi

Emergencia sanitaria

El coronavirus también ha vaciado la fuente más famosa de Roma, hasta no hace mucho repleta de turistas

Horizontal

El coronavirus ha acabado con una de las imágenes más típicamente romanas: la Fontana di Trevi abarrotada de visitantes

archivo

Las gaviotas romanas están desesperadas. Habituadas a rapiñar la comida que sobresale de los cubos de basura a reventar, estos días pasan hambre. No hay turistas, y los romanos están confinados en sus casas. La ciudad eterna está más limpia que nunca.

“Sólo las verás a ellas”, avisa Isabella, una policía municipal que este domingo tenía el encargo de vigilar la Fontana di Trevi.

Comisionada en 1732 por el papa Clemente XII a Nicola Salvi, la enorme cascada de agua fue completada por Giuseppe Pannini en 1751 e inaugurada por Clemente XIII once años más tarde. Hoy la Fontana di Trevi es una de las fuentes más famosas del mundo, pero también un símbolo de la masificación turística de Roma: en un día normal es difícil cruzar la plaza sin chocarse con los cientos de personas que intentan inmortalizar el monumento.

Isabella tenía razón. Después de dos horas es posible contar con los dedos de las manos la gente que ha pasado por delante de la Fontana Di Trevi. Dos coches de policía, una furgoneta del ejército, un runner vestido de naranja y tres vecinas que van a comprar el pan a un horno que normalmente queda oculto detrás de las hordas de turistas. En estas dos horas han volado decenas de gaviotas. Algunas se atreven a bañarse en el agua que brota igual que antes de que arrancara una pandemia que sólo en Italia ya ha dejado más de 10.700 muertos.

“Nunca, en cientos de años, había estado así de vacía durante tanto tiempo”, promete la policía municipal. Su compañero cuenta que al principio ponían muchas más multas . A un joven que se escapó para ver a su novia, a un hombre que deambulaba con el coche con bolsas de la compra vacías. Con 756 muertos al día, a la gente se le quitan las ganas de burlar las restricciones.

En dos horas es posible contar con los dedos de las manos la gente que pasa ante la fuente más famosa de Roma

La tarea de los guardianes de Trevi es fácil. En teoría tienen que controlar que los que caminan en las inmediaciones sean vecinos que van o vuelven del súper. Pasa tan poca gente que no tienen que hacerlo. Ya conocen a Azzurra, una afortunada que vive enfrente del monumento y pasea a su labrador. Concienciada sobre las reglas de la distancia de seguridad, la mujer cuenta a gritos por debajo de una mascarilla azul que, acostumbrada a tener que maniobrar entre los turistas para sacar al perro, se le hace muy raro que no haya nadie.

El 10 de marzo colocaron unas feas vallas de color rojo y blanco para impedir que nadie baje los escalones que llevan hasta el nivel del agua. No queda ni una moneda en el fondo, porque ahora no hay ningún turista desee volver a Roma. La belleza de la soledad de plaza es sobrecogedora.

“Es de una belleza tristísima”, dice Angela, una de las señoras que ha ido a comprar a L’Antico Forno. “Es lo mismo en Barcelona, ¿verdad? Ahora estamos todos en el mismo agujero”. En el escaparate hay colombas, el tradicional dulce de Pascua milanés.

La vida no se ha parado del todo en la Fontana di Trevi. Una chica con mascarilla coloca una bolsa con comida en un cesto de mimbre. En un primer piso, una pareja de vecinos la saludan, preguntan si todo está bien, tiran de la cuerda que les devuelve el cesto, y hasta mañana. La mujer que mira la fuente desde la ventana tarda unos segundos en responder cómo se siente. “Es difícil explicarlo... detrás de una cosa tan bella se esconde una tragedia. Nosotros tenemos un negocio aquí al lado. Será un desastre económico”, lamenta.

No muy lejos de ellos vive Antonio, un hombre de 61 años que parece mucho mayor. Le han dicho que se quede en casa, pero su casa desde hace diez años está dentro de un tenderete de madera que en los días normales sirve para vender libros a los turistas. El propietario le deja quedarse a cambio de que vigile el puesto. Con unas mantas y un pequeño fogón se ha construido un hogar. Se entera del confinamiento mirando el telediario de la Rai por internet con un móvil que compró con un subsidio estatal, pero no ha encontrado mascarillas, así que con una pequeña toalla y una cuerda se ha fabricado una casera.

“Lo que más echo de menos es hablar con gente. Antes conocía a todos, los camareros me venían a saludar, ahora no hablo con nadie”, protesta. De vez en cuando le viene a ver algún vecino o conversa con la policía municipal. “Hay uno muy amable, el otro día me trajo una botella de Coca-cola y nos comimos una pizza”. Él también se mueve sólo para ir al súper: compra pasta, salsa y agua para hervir, porque con la de otra fuente cercana no le queda igual de buena.

Antonio también es un centinela de Trevi. “Están diciendo a la gente que va a tomar fotos a la Fontana que se vaya –revela–. Cada día echan a alguien”.

¿Confías que en verano ya no habrá alerta por coronavirus? Gracias por participar Tu voto ha sido contabilizado No No poll_amp.error.message Encuesta cerrada. Han votado Personas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...