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Dos sanitarios en cuarentena: sin diagnóstico y recluidos con sus hijos pequeños

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Sanidad no hace la prueba a un médico y una enfermera, matrimonio, pese a presentar él síntomas tras atender a un paciente infectado por coronavirus. Están aislados en su casa sin poder acercarse a los niños.

Desde que la crisis del coronavirus impactó con fiereza contra la sanidad pública y reveló la falta de medios para hacerle frente, A. y D. , médico y enfermera en un hospital de Alicante, se acostumbraron a contener la respiración antes de salir de casa para ir a trabajar todos los días. Allí dejaban a sus dos hijos pequeños y tuvieron que coordinarse concienzudamente las guardias para poder atenderlos. Para entonces, ya se empezaba a intuir el zarpazo del caos que se vive en los hospitales aunque todavía estuviera en sus primeros compases.

De camino al trabajo, fueron muchas las veces que cruzaron los dedos para no contagiarse, no por ellos, sino por las consecuencias que eso tendría en su vida laboral y familiar. Y nunca la vertiente profesional y personal estuvieron tan unidas. Nunca tampoco dependió tanto una de la otra. Ni las condicionó. D. y A. eran conscientes de que organizar una casa con el virus dentro sería duro pero sobre todo sería complicado. Ese día llegó la semana pasada cuando D. comenzó a tener tos seca, sensación de fiebre y dolores musculares en su puesto de trabajo.

Cuatro días antes, durante una guardia de noche, había atendido a un hombre por una diarrea. «Ingresaba por una diarrea y empezó durante la noche con dificultad respiratoria . Inicialmente no había sospecha de infección por coronavirus. Entré a la habitación para intentar resolverlo lo más rápido posible sin pensar en nada más», explica D. al otro lado del teléfono. Entró sin protección porque ningún síntoma lo relacionaba con el virus.

En ese momento lo único que pensaba era en atender al paciente sin dejar pasar más tiempo. El hombre quedó ingresado y dos días más tarde, al empeorar, el coronavirus dio la cara. D. recordó la intervención que tuvo con el enfermo aquella de noche de guardia. Cuando se enteró del diagnóstico del hombre que había atendido dos jornadas atrás, estaba en el hospital trabajando.

Veinticuatro horas después, comenzó a sentirse mal pero al no tener fiebre no consideraron necesario enviarle a casa. Horas más tarde, el malestar fue a más. El termómetro ya marcaba los 37,6 grados y aparecieron los dolores musculares así que regresó a su vivienda con sus síntomas, su mujer, sus niños pequeños y sin un protocolo a seguir porque si hay algo que la pandemia ha extendido es la improvisación. Un ejemplo de lo más gráfico del caos que se vive en la comunidad sanitaria y que nadie se preocupa en atajar.

Pese al cuadro clínico que presentaba el facultativo, la falta de tests imposibilitó realizar la prueba que certificara que tenía coronavirus. Nadie se la ha ofrecido hasta ahora. Comenzó entonces un reclutamiento junto a su mujer, enfermera, y los niños. Sin diagnóstico y con todas las dudas del mundo. La parte más dura de la historia se vive precisamente dentro del hogar familiar, donde se han extremado unas precauciones que pasan por apenas tener contacto con los pequeños. Algo dolorosamente insoportable y más cuando el niño menor tiene cuatro años y no comprende por qué no se puede acercar a ellos.

«Llevamos más de una semana así, interaccionando lo mínimo posible con nuestros hijos. No tocándolos, ni abrazándolos con un Día del Padre de por medio, alejándonos de ellos y todo eso sin diagnóstico», cuenta D. «Vivimos en un nervio contínuo y una intranquilidad constante porque no sabemos si tenemos el virus o no», reconoce el médico.

El hecho de no haberles realizado el test también tiene efectos colaterales a nivel profesional y «ético», tal como destaca. «Prefieren enviarnos a casa y tenernos dos semanas sin trabajar que hacernos la prueba por falta de reactivos. Eso implica que al volver a los catorces días no sabemos si , en caso de ser positivos, todavía somos portadores y podemos contagiar a enfermos y a compañeros. Aunque parece que en la última semana sí se lo están haciendo a todos los contactos con pacientes positivos pero no en el momento en el que tuve yo la exposición».

El facultativo tampoco pierde de vista la posibilidad de ser negativos. «Entonces, dos sanitarios habríamos estado sin trabajar en un momento en el que realmente somos necesarios». El aislamiento, la incertidumbre y el desolador escenario que día a día trasciende sobre las penosas condiciones en las que los sanitarios desarrollan su trabajo también ha hecho mella en la pareja. «Nos sentimos culpables por estar en casa en cuarentena sin saber si realmente estamos infectados y no poder ir a trabajar. Los compañeros nos cuentan cómo está todo y todas las manos son necesarias», añade A.

La cara b de su problema radica también en su situación personal: dos profesionales expuestos con niños pequeños y la dificultad añadida de no poderlos dejar con nadie cuando ellos trabajen por el riesgo que eso conlleva y la falta de soluciones.

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