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Fernando Trueba: "España siempre está buscando un hereje que quemar en la hoguera y me tocó a mí"

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El director de cine, retratado en el jardín de su casa.
El director de cine, retratado en el jardín de su casa. OLMO CALVO

Madrid, 1955. Director de cine. Mientras remataba su próxima película, El olvido que seremos, sacó tiempo para editar un homenaje a su colaborador e íntimo amigo Bebo Valdés: la caja Bebo de Cuba, que incluye los seis discos que le produjo, otro inédito, un documental y un libro.

En estos últimos 20 años de carrera, es difícil separar tu figura de la de Bebo Valdés. ¿Cómo surgió el amor ya a edad madura?
Yo era un director de cine de mediana edad y él un músico jubilado y exiliado que consideraba su carrera terminada. Yo mismo llamo a esta etapa de mi vida los años Bebo, porque fueron de tanta intensidad que lo marcaron todo. Llego a Estocolmo en diciembre del 99 a rodar el principio de la presentación de Calle 54 y ahí ya nace esta amistad tan fuerte que acaba entrelazándose con mi trabajo, en las películas que eran de música y en las que no. Porque mi vida sin Bebo no tenía mucho sentido. Me gustaba tenerle siempre cerca y a él le gustaba estar conmigo. Cuando te haces amigo de alguien no se basa en ningún interés de las partes, sino en el puro placer.
¿Qué te gustaba tanto de él?
Lo que me deslumbraba de Bebo es la pureza. Vivimos en un mundo donde la pureza es imposible de encontrar, porque estamos todos contaminados, llenos de hipotecas y de intereses, de objetivos que perseguimos... Bebo no era así. Por su personalidad y su edad, estaba más allá del bien y del mal. No tenía ninguna batalla que librar, no perseguía nada. Había dejado toda su carrera atrás, había estado años tocando en el lobby de un hotel y no protestaba.
Su hijo Chucho me dijo que, en el fondo, Bebo había hecho "una cubanada". Que estaba ya mal con el régimen de Castro, pero que lo que realmente le decidió a no volver de Suecia fue que se enamoró allí de la ganadora de un concurso de belleza.
Todo se fue complicando. Cuando Bebo se va de Cuba piensa que aquello va a durar seis meses, lo que no imaginaba es que iba a durar 60 años y nunca iba a volver a Cuba vivo ni muerto. Eso le provocó momentos muy tristes, como cuando no le dejaron volver al enfermar su madre. En la vida pocas veces eliges, en general las cosas nos pasan. La vida ocurre.
¿Con los años, el ego del creador se diluye y es cada vez más proclive a potenciar el lucimiento ajeno, en tareas de productor, por ejemplo?
No, yo soy un director de cine. Es a lo que me dedico. Lo que pasa es que es muy bonito cuando estás haciendo que algo ocurra desde un segundo plano. No es generosidad. Al producir un disco yo me siento muy director de cine, elijo una historia y unos protagonistas. He disfrutado mucho produciendo discos, una pena que esa industria ya casi ha desaparecido. La música va a estar ahí siempre, pero ya de otra manera.
Hay tres libros de cine que me sé de memoria: 'Conversaciones con Billy Wilder', de Cameron Crowe; 'Moteros tranquilos, toros salvajes'...
De Biskind. Buenísimo. Ese libro es la gran novela americana.
Coincido. Y el tercero es tu 'Diccionario de cine'. Allí decías una cosa que se me quedó grabada: que vas al cine a ver gente guapa y consideras siempre superior al actor o actriz guapo respecto al feo. Eso hoy sería anatema ¿Hemos criminalizado la belleza?
El cine tiene un pie en la literatura y el otro, en los sueños. Como yo concibo que se deben ver las películas, que es a oscuras en una sala y en continuidad, pertenecen al mundo de los sueños y de la hipnosis, por eso les gustaba tanto el cine a los surrealistas. Es un mundo en el que conviven la belleza y el horror, las pesadillas, el miedo. Son dos cosas muy unidas al cine.
Pero hablabas de belleza física, no estética.
Sí, también. Las dos. En el cine, la belleza física es más importante que en otras artes. Eso es así. Uno iba al cine a enamorarse. Lo que pasa es que hoy se ve el cine de otra manera. Yo no soporto verlo en un sitio donde hay luz, que me interrumpan durante la película o que la pantalla sea pequeña.
Eres el último mohicano contra las plataformas...
Respeto que cada uno vea películas como quiera, pero yo voy a seguir viéndolas como a mí me gusta. ¿Cómo va a ser igual ver una obra maestra como Roma en una pantalla grande que en el teléfono?
No lo es, por supuesto, pero a lo mejor nunca se hubiera hecho 'Roma' de no haber un Netflix dispuesto a producirla. ¿Aceptarías trabajar para una plataforma?
Mira, el director lo que quiere es hacer su película y siempre se ha casado con el que se la pague. Antes era con los grandes estudios o con un aventurero. El caso es rodar. Si tiene que ser con Disney, con Disney; si tiene que ser con Netflix, con Netflix. Con quien sea, pero hacerla.
Varias de tus últimas películas las has rodado fuera de España. ¿Es más difícil sacarlas adelante aquí?
Siempre es difícil rodar en España, pero también es cierto que hay películas que te exigen hacerse fuera por su propia naturaleza. Ruedas donde te lleva la historia. Si mañana tengo una historia de esquimales, me iré al Polo.
Te lo preguntaba porque decía Carmelo Gómez la semana pasada algo contraintuitivo con la imagen que se tiene del cine español: que le habían vetado por ser demasiado reivindicativo. ¿Te ha pasado?
Yo no lo veo como algo político sino como algo económico. Estamos en una época en la que los que mandan son las plataformas y las televisiones. Ellas deciden qué se hace y quién lo hace. Es el signo de estos tiempos. Pero antes hacían lo mismo los productores y las grandes compañías. El artista siempre ha tenido que luchar con el poder económico para sacar adelante su película. El mercado decide lo que le interesa: terror, comedias románticas, superhéroes... Y si no estás en eso, te cuesta más.
¿Te cuesta cada vez más?
Estamos en un momento muy malo para el cine de autor, pero al mismo tiempo la mayoría de películas nominadas para los Oscar lo eran. Al final, las buenas películas siempre lo son, hasta las de Pixar son de autor. Todas. Por eso son buenas. En cuanto se convierten en producto, dejan de serlo.
Entre esas pelis de los Oscar estaba 'Érase una vez... en Hollywood' y no eres tú muy tarantiniano.
No, nunca me ha gustado.
¿Ni 'Pulp Fiction'?
No, la detesto. Aunque tiene una escena que me encanta. Una. La de Christopher Walken contándole la historia del reloj al niño. Es un maravilloso cuento corto. Pero del resto de la película y de todas las de Tarantino, nada. No me gustan porque no me interesa la glorificación de la violencia ni que se convierta en un chiste. Es un sentido del humor que me es muy ajeno y me resulta muy facilón.
Cuando te dieron el Premio Nacional de Cinematografía en 2015, dijiste aquello de que nunca te habías sentido español y eso provocó una campaña de boicot a 'La reina de España', que estrenabas entonces y fue un fracaso en taquilla. Pasado el tiempo, ¿te arrepientes de aquel discurso?
No. Fue una de esas cosas que pasan cada vez más: se saca una frase de contexto, se le quita el tono y se utiliza en contra de una persona. El que malinterpreta una cosa, la mayor parte de las veces no lo hace inocentemente, es que quiere manipularlo. España siempre está buscando un hereje que quemar en la hoguera y me tocó. Qué le vamos a hacer, fue lo que pasó y no se puede reescribir el pasado. Pero aquello era un discurso contra el nacionalismo, no contra España. Porque los nacionalismos son todos malos, también el español. Eso es lo que quería transmitir y fue malinterpretado. Yo estaba diciendo: "Huyamos de los nacionalismos".
Siempre cuentas que con 15 años ya supiste que querías ser director de cine. ¿Fue la decisión correcta?
Diría que sí. Me da pena cuando veo a muchos jóvenes cuyo problema es la duda entre si quieren hacer esto o lo otro, porque eso les va a hacer perder mucho tiempo hasta que encuentren algo. Es mejor equivocarte y rectificar luego. Yo tuve la suerte de tener muy clara la vocación desde muy joven y, cuando eso sucede, en cuanto pasa un tren que va en esa dirección, lo agarras. Te subes aunque sea de contrabando. Yo tenía claro dónde quería ir y eso es un atajo en la vida. Me ahorró tiempo. No dudar es un síntoma de falta de inteligencia muy juvenil, pero que me resultó muy útil.
¿Estás satisfecho con tu carrera o uno siempre piensa que pudo hacerlo mejor?
Uno tiene que aprender a aceptarse con sus limitaciones. Siempre hay que intentar hacerlo mejor, pero tampoco puedes perder el tiempo mirando hacia atrás. No pienso en lo que ya he hecho. Se acabó y a otra cosa. Estar satisfecho o insatisfecho con uno mismo es producto de esta época narcisista en la que vivimos. Lo que hay que estar es haciendo algo.

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