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Serrat y Sabina, historias de amor y sueños de poetas en el Palau Sant Jordi

Los dos cantantes sellaron su emocionada alianza artística ante 15.400 personas

Sabina y Serrat, este sábado en el Palau Sant Jordi Efe
David Morán

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«¿Has visto lo que dice de nosotros la canallescas? ¡Nos llaman monstruos!», le dijo Serrat a Sabina mientras el de Úbeda, bombín calado y chaqueta floreada a juego con la del Nano, arqueaba la ceja y ponía su más estudiada cara de guasa y rechifle. ¿Monstruos? No, mejor eternos. Inmortales. «Eso es que nos estamos muriendo y nos quieren enterrar», replicó con sorna y con esa voz siempre a punto de descarrilar un Sabina que quizá no sepa lo que es Netflix («pobre, cree que son unas toallitas húmedas para las pérdidas de orina», bromeó Joan Manuel mediada la noche) pero que tiene muy claro que su alianza artística con su primo catalán no sólo suma, sino que multiplica y cotiza al alza, siempre al alza, en el mercado de las parejas artísticas bien avenidas.

También la sabe bien Serrat, por lo que el regreso al Palau Sant Jordi de estos dos «artistas superlativos», como ellos mismos se presentaron en el vídeo introductorio, fue una nueva exhibición de talento al cuadrado y leyendas sabiamente entrelazadas. Tres horas de himnos cálidos, diálogos chispeantes y bromas que hubiesen mejorado notablemente el arsenal de chascarrillos de la ceremonia de los Goya durante las que Serrat y Sabina, dúo dinámico de la canción acanallada, volvieron a sublimar lo puramente musical para convertirse en género artístico propio. Unos monstruos, sí.

Así que ahí estaban, juntos de nuevo y embarcados en la gira «No hay dos sin tres», el vibrato y la cazalla, el temblor y la gravilla. «Trabajando la mitad pero cobrado el doble», que diría Sabina, y volviendo a los queridos lugares conocidos para rejuvenecer a marchas forzadas y olvidar, ni que fuese durante un rato, de que ya hay quien se refiere a sus provectas edades, 76 Joan Manuel y 70 Joaquín, como epítome de ancianidad.

«Paraules d'amor»

«Esta noche contigo» y el swing templado de «No hago otra cosa que pensar en ti» abrieron un recital en el que Serrat, vestido de local, llevó la voz cantante en los diálogos mientras que Sabina, recuperado y crecido, se atrevió incluso a cantar el catalán las eternas «Paraules d’amor» de su socio. Antes de eso, Serrat y Sabina ya habían intercambiado estrofas, se habían lanzado cariñosas puyas entre los versos de «Cançó de matinada» y los puñales al vuelo de «Lo niego todo» y, en fin, habían coronado una vez más las cimas de sus propias carreras para reivindicarse por enésima vez como faros de la canción.

El diálogo, fluído y otoñal durante el primer tramo de la noche, dejó emotivas tomas de «Una canción para la Magdalena» y «Barcelona i Jo», ganó cuerpo a partir de «Por el bulevar de los sueños rotos», «19 días y 500 noches» y «M’en vaig a peu» y se exhibió pletórico cuando tocó sacar a pasear «Princesa» y «Cantares», toda una invitación a que las 15.400 personas que llenaban el Sant Jordi, todas sentadas, empezasen a perder la compostura.

Golpe a golpe y verso a verso, Serrat y Sabina (y viceversa) tenían ya todo el trabajo hecho, pero quedaba aún un trecho largo, el del puro disfrute, para ir y venir del gozo de «Mediterráneo» al llanto de «Plany al mar» y del despiporre de «La del pirata cojo», con los dos disfrazados de corsarios buscabullas, al remanso emocional de «Pare».

Aquello no podía acabar de otra manera que con la eufórica «Fiesta» de Serrat, pero antes de que, con la resaca a cuestas, volviese el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza, hubo tiempo aún para arrumbar la melancolía entrelanzado «Noches de boda» y «Nos dieron las 10» y abrazarse a la eternidad para cantar a coro «Contigo» y, ahora ya sí, «Paraules d’amor». Historias de amor y sueños de poetas para sellar una alianza que volverá a las andadas en febrero, con otras dos noches en el madrileño Wizink Center.

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