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Un aumento justo

Es probable que las premisas del Gobierno y algunos gremios estén equivocadas y que la evidencia nos esté diciendo que es tiempo de un salto considerable del salario mínimo.

Luis Carlos Vélez
16 de octubre de 2021

“El primero de abril de 1992, el salario mínimo de Nueva Jersey subió de USD 4,25 a USD 5,05 por hora. Para evaluar el impacto de la ley consultamos 410 restaurantes de comida rápida en Nueva Jersey y Pennsylvania del este antes y después del aumento. Comparaciones del crecimiento del empleo en las tiendas en Nueva Jersey y Pennsylvania (donde el salario mínimo era constante) entregan estimados simples del efecto de un mayor salario mínimo. También comparamos cambios en el empleo en tiendas en Nueva Jersey que inicialmente pagaban salarios mínimos altos (por encima de USD 5) con los cambios en tiendas que pagaban bajos salarios. No encontramos indicación de que el aumento en el salario mínimo redujera los niveles de empleo”. Así empieza uno de los documentos académicos más citados de David Card y Alan Krueger. El primero, reconocido la semana pasada como Premio Nobel de Economía.

El hallazgo, como el mismo documento concluye al final, es “contrario a las predicciones centrales de los libros de texto sobre el salario mínimo”. En otras palabras, lo que encontraron estos destacados economistas es que no siempre el resultado de la política pública económica es lo que anticipa la teoría. Es más, hay oportunidades en que ocurre exactamente lo contrario. Mejor dicho, los economistas podemos empezar a arrumar los libros de micro y macro para hacer hogueras con ellos. Revolucionario.

Este nuevo enfrentamiento entre lo que la teoría predica y lo que la realidad señala es lo que recientemente se ha bautizado como la “revolución de la credibilidad”, un fenómeno que está llevando a que cada vez más sean usados los análisis empíricos creíbles de las políticas públicas sobre la mera evaluación de su coherencia que lo que la propia teoría señala.

Ese es, en esencia, el logro del Premio Nobel de Economía de este año.

La aplicación de la política experimental no solo es razonable y eficiente, también es ética. Imagínese si hoy, en pleno siglo XXI, se entregaran remedios o se vacunara a bebés sin antes haberlos probado mediante experimentos científicos simplemente porque químicamente hiciera sentido. Impensable. Esa posibilidad de testeo ahora también existe en la economía.

De la misma manera, en las políticas públicas modernas existe una necesidad ética de generar evidencia de la costo-efectividad de iniciativas y programas públicos y privados antes de escalar a toda la población. Por ejemplo, antes de gastar miles de millones de pesos aportados por todos los colombianos en impuestos, es posible entender si la idea resultará en lo esperado dadas las realidades sociales y de mercado. Extraordinario.

Afortunadamente, el debate se está dando para que la política experimental se abra espacio y se logre la evaluación de soluciones con esta metodología que, bien aplicada, permite determinar la causalidad de las teorías e ideologías de los políticos, que muchas veces solo tienen como herramienta de análisis sus interpretaciones de los libros de texto.

¿Se imaginan poder saber si realmente construir más ciclovías desestimaría el uso de vehículos? Hasta ahora, en muchos casos, el análisis de las consecuencias de las medidas se evalúa teniendo como verdad absoluta lo establecido por la teoría. Toda una prueba ácida de las propuestas. Una guillotina para tanto charlatán, para tanto embaucador suelto por estos días prometiendo cielo y tierra.

Eso nos lleva inmediatamente a lo que estamos por debatir en Colombia en términos del salario mínimo. Durante décadas, la premisa con la que se paran los gremios y el Gobierno a negociar es que no se pueden aceptar mayores incrementos porque desembocarán en recortes laborales. La lógica que usan es la siguiente: si los empleadores se ven obligados a pagar más a sus trabajadores tendrán menos dinero con que darle trabajo a su gente, por lo tanto, incurrirán en despidos.

Pero, ¿qué tal que la consecuencia de esa medida sea diferente, tal y como lo estableció el análisis de los premios nobel de este año, y que la reacción de un aumento salarial derive en mayor trabajo como resultado de mayor demanda agregada en el país? Es decir, qué tal que en lugar de un golpe para los empleadores, un aumento en el salario, tenga como consecuencia mayores ventas, ya que al pagarles más a los empleados terminaría en más plata para que ellos puedan gastar y consumir.

Por eso, es momento de mirar de nuevo el incremento del salario mínimo. Es probable que las premisas del Gobierno y algunos gremios estén equivocadas y que la evidencia nos esté diciendo que es tiempo de un salto considerable del salario mínimo. Hagamos algo de análisis de evidencias.

Es precisamente ese tipo de discusiones las que debemos tener en Colombia en momentos en que no es clara la situación pospandemia. Es cierto que el último trimestre del año pinta bien, pero también es real que las recesiones económicas dejan cicatrices muy severas de las cuales los países tardan mucho en recuperarse.

Sea este el momento para pensar más allá de lo que dicen los libros de texto. Es momento de plantear, basados en evidencia, no dogmas –no tan rápido, señores populistas–, sino soluciones creativas y poderosas para empujar la economía luego de la pandemia. Que sea este Premio Nobel de Economía una razón para entrar a evaluar empresas que solo son viables pagando malos salarios, para darles lugar a industrias más creativas y eficientes. Si todos ganamos mejor, gastamos más, dinamizamos la economía y generamos empleo. Metámosle números, viva la política experimental.

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