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Neocampesinos, una opción de vida que va en aumento

Es notorio el deseo de vivir lejos de la ciudad. Según la Lonja, en 2020, creció en 13 % la demanda en Oriente en lotes de parcelación. Panorama.

  • Parcelación en Rionegro, municipio en el cual la población rural pasó de 40.845 a 52.739, entre 2016 y 2020. FOTO mANUEL sALDARRIAGA
    Parcelación en Rionegro, municipio en el cual la población rural pasó de 40.845 a 52.739, entre 2016 y 2020. FOTO mANUEL sALDARRIAGA
  • Alejandra Cuadros (der.) en la huerta agroecológica Príncipe Conejo, en Santa Elena. FOTO Cortesía.
    Alejandra Cuadros (der.) en la huerta agroecológica Príncipe Conejo, en Santa Elena. FOTO Cortesía.
31 de julio de 2021
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El caso de Alejandra Cuadros Galeano es uno entre tantos que seguro usted ha escuchado en sus compañeros de trabajo, de estudio, familiares y amigos.

Ella es una comunicadora audiovisual que pasó la mayoría de su vida en Medellín, sin embargo, al hacer sus prácticas universitarias con comunidades campesinas e indígenas (en Riosucio, Caldas, y Santa Rosa, Cauca) se replanteó dejar la ciudad y pasar “el resto de su vida” en el campo.

“Luego de pasar cuatro meses en el municipio de Páez en el Cauca tomé la decisión definitiva de abandonar la ciudad. Quise vivir en una zona rural porque la vida en el campo trae un estilo de vida mucho más simple. Allí, la gente está aliviada, contenta y cuentan con una alimentación sana; mientras que en la ciudad se ‘corre’ de un lado a otro y en un estrés constante”.

Hace ya tres años que Alejandra vive en el Oriente antioqueño dedicada a su nuevo estilo de vida e impulsando proyectos ecológicos. Su tiempo lo reparte entre la vivienda que comparte con su pareja en la vereda Arenal del municipio de San Rafael y una huerta agroecológica en el municipio de El Retiro donde ambos impulsan un proyecto agroeducativo con el Instituto Metropolitano de Educación IME.

De forma similar a Alejandra le pasó a Natalia Mejía, asistente administrativa de una institución educativa y quien ya ajustó seis meses viviendo en el corregimiento de Santa Elena, en Medellín.

Natalia reconoce que sus motivaciones para migrar de la ciudad al campo oscilan entre la búsqueda de una mejor calidad de vida, un ambiente más agradable donde vivir y un ahorro económico.

“El año pasado, la inseguridad en el Centro de Medellín que era donde yo antes vivía, aumentó. Ademas, la agencia de arrendamiento del apartamento donde residía decidió subirme la renta. De otro lado, el ruido allí era insoportable. Así que, como estaba contemplando mudarme, tuve la oportunidad de vivir en el campo, en un lugar más tranquilo y económico, y de disminuir mis gastos en cerca de $600.000 mensuales”.

Entendiendo el fenómeno

De acuerdo con Federico Estrada García, gerente de la Lonja de Propiedad Raíz de Medellín y Antioquia, con ocasión de la pandemia se ha percibido un crecimiento de la demanda residencial en las afueras de las grandes capitales.

“Las personas, gracias a la virtualidad, se dieron cuenta de que no era tan determinante vivir tan cerca de su trabajo. No obstante, no podemos calificar el fenómeno como un abandono de las grandes ciudades, toda vez que los servicios, el trabajo y otros aspectos, siguen siendo determinantes”, agregó el gerente.

De acuerdo con Estrada, la experiencia de Cuadros y Mejía también fue vivida por algunas personas que tenían su segunda vivienda en sectores rurales, como por ejemplo el Oriente cercano (que incluye Rionegro, La Ceja, La Unión, Marinilla, El Carmen, El Retiro, Guarne y El Santuario) y que pudieron haber tomado la decisión de irse a vivir en ella.

También, según el gerente, está el escenario en el que otras personas que habían aplazado su decisión de construir su vivienda en un lote en el que habían invertido anteriormente, tomaran la decisión de hacerlo.

“En el Oriente cercano, en el año 2020, las ventas de vivienda nueva estuvieron por encima de las 3.000 unidades y se dieron más de 7.500 negocios de todo tipo de inmuebles. Inclusive, percibimos un incremento en la demanda del 13 % en la compra de lotes urbanizados en el 2020”, dijo Estrada.

La transición

Aunque Alejandra asegura que pasar de la ciudad al campo trae consigo bastantes transformaciones de pensamiento, (así como la realización de arduas labores y tareas), hasta ahora se siente satisfecha de vivir allí.

Ella advierte que parte del proceso de adaptarse a la ruralidad de forma exitosa, es entender que hay que renunciar a ciertas comodidades de la ciudad –como por ejemplo llegar en vehículo a casi cualquier parte, así como la frecuencia del transporte público, y la disponibilidad del comercio casi que las 24 horas, cosas que en el campo no son comunes– y aprender a valorar otros asuntos que el ritmo citadino muchas veces no deja percibir.

“He aprendido a valorar mucho el tiempo de prepararme mis alimentos, de poder estar en sintonía con mi familia, de tener tiempo de laborar y producir, pero no al mismo ritmo de la ciudad. Otra cosa que me ha impulsado mucho para vivir en el campo es toda la transformación social que hay detrás de la agricultura orgánica, así como el cuidado del medio ambiente”, expresó.

A diferencia de Alejandra, Natalia acepta que su proceso de adecuación no ha sido tan fácil como lo sería si se hubiese mudado a una zona urbana

“Todavía estoy en proceso de adaptación con el tema de las distancias, pues no todo está a la mano como en la ciudad. Otro asunto es lo intermitente de las comunicaciones (Internet, telefonía, TV.) y el servicio de energía que a veces se dañan con facilidad y más cuando el clima es malo”.

Trabajo remoto y de campo

En lo referente al aspecto económico y de sustento en el campo, Alejandra señaló que depende de la postura del recién llegado al campo.

En el caso de Natalia Mejía, la virtualidad le ha permitido atender su trabajo de forma remota. Aunque también reconoce que buscó otras alternativas económicas dentro de su nueva comunidad usando el vehículo familiar para realizar servicios de transporte desde plataformas dentro de las veredas de Santa Elena.

En la experiencia de Alejandra Cuadros, gracias a su profesión como comunicadora audiovisual ha podido seguir laborando de forma virtual, y mucho más con la pandemia. Además, ella también es la directora de Montekistan.com, una plataforma digital de ventas de productos orgánicos y amigables con el medio ambiente en la que se comercializan lo cosechado y manufacturado por los aliados de Alejandra y su pareja.

“Hay neocampesinos, que es como me siento yo, que migramos al campo y queremos tener esa vida de campesinos y de dedicarnos a la agricultura, en mi caso orgánica. Entonces nosotros no llegamos a alterar las dinámicas de los lugares. Así que, si uno está más en la sintonía de lo rural, vivir en el campo puede ser muchísimo más económico que vivir en Medellín. Pero ahora hay muchas personas que migran al campo y quieren conservar el estilo de vida de la ciudad, y así no sale tan económica la estadía en el campo”, dijo.

Riesgos de esta migración

Este tipo de migración de la ciudad al campo, que en pandemia se observó más acelerado teniendo en cuenta el aumento demográfico de varios sectores rurales, no está exento de problemas si no se hace un adecuado manejo ambiental.

Por ejemplo, en entornos que ya tienen copada su capacidad hídrica, se pueden dar casos de desabastecimiento de agua si llegasen de forma masiva nuevos habitantes.

Un ejemplo es el corregimiento de Santa Elena, el cual en sus más de 7.412 hectáreas –de las cuales el 67 % son zonas boscosas con algún tipo de protección ambiental– albergaba en 1993 un total de 4.799 habitantes, en 2005 pasó a tener 10.712, en 2016 18.789, mientras que en 2020 pasó a contener 21.828 personas, según el informe del estado del distrito campesino Medellín 2020-2023 y el perfil demográfico 2016-2020 del corregimiento.

Además, el incremento de la demanda por viviendas rurales hace que algunos deforesten zonas protegidas. En Santa Elena, a corte de abril de 2021 había 480 procesos activos por infracciones urbanísticas, 180 de ellos abiertos desde octubre de 2020, según el informe de La Comisión Accidental 172 de 2020 Seguimiento al Plan de Ordenamiento Territorial en este corregimiento.

Alejandra explicó que para ella, la dicotomía no gira en torno a vivir en el campo o vivir en la ciudad, sino en nuestro estilo de vida.

“Es muy importante no mirar la migración a la ruralidad como una forma de llevar la ciudad allí. Lastimosamente muchas personas que llegan al campo, lo hacen descontextualizados y lo primero que hacen es ‘tumbar’ lo que haya de monte, dizque para que la finca quede ‘limpia’. Luego hacen lo que sea para poder meter el carro hasta la casa y luego ponen un equipo de sonido a todo volumen espantando la fauna y perjudicando las abejas. En fin, un comportamiento así afecta los terrenos y genera problemas”, explicó.

Una de las formas de evitar las malas prácticas es a través de la regulación de normas claras y rigurosas consecuentes con la dinámica que se esté viviendo, por ello, Catalina Castro Gómez, secretaria de Planeación del municipio de Rionegro, Oriente antioqueño, señala que cuando hay más crecimiento urbanístico, debe crecer a la par el equipo de control.

Rionegro pasó en 2016 de tener 133.305 habitantes, de los cuales 40.845 estaban ubicados en la zona rural, a tener en 2020 142.995, y de estos 52.739 estaban ubicados en sus seis corregimientos, según el diagnóstico territorial de 2016 de este municipio y datos suministrados por Secretaría de Planeación. “Desde nuestra entidad, somos muy cuidadosos de las normas ambientales, a través de las normas que tiene Rionegro como su Plan de Ordenamiento Territorial. Actualmente, la zona rural tiene una planificación que está en la capacidad de recibir esos procesos de parcelación –de una manera organizada y planificada del territorio–, teniendo en cuenta las determinantes ambientales que para tal fin expide Cornare”, concluyó Castro.

Alejandra, Natalia y otros que han preferido el silencio del campo al ruido de la ciudad están experimentando un cambio que más que una etapa de vida se convirtió en una decisión permanente, ¿usted lo haría?

7.260
predios se ubican en el corregimiento de Santa Elena, según la Secretaría de Gestión y Control Territorial.

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