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Ciclo Olímpico

Ubaldina Valoyes, la medalla 29 de Colombia en los Olímpicos

Ubaldina Valoyes, pesista

Ubaldina Valoyes, pesista

Foto:IDRD

Nació en Quibdó, la guerrilla sacó corriendo a su familia, vivió en el Urabá, cerca de la violencia.

No era la mejor situación. La familia Valoyes Cuesta estaba acosada. La guerrilla se había apoderado de gran parte del territorio del Chocó. Los constantes ataques, enfrentamientos y masacres intimidaban a la población, que con rosario en mano rezaba para que ninguno del círculo cercano fuera víctima de las balas.
María Melba Cuesta protegía a sus hijos Quintiliano, Milton y Ubaldina de los peligros, pero el día a día era cada vez más complicado. A ella le surgió la idea de irse para otro lado en busca de más tranquilidad, por eso se fue para Turbo, Antioquia, pero lo hizo sin Jesús Antonio Valoyes, el padre de sus hijos.
Ubaldina tenía un año de vida y a sus 38 relata esas angustias que vivieron en plena zona roja. Radicada en Villavicencio, Meta, de 1,62 metros de estatura y 75 kilos de peso, esta mujer que se convirtió en una pesista de grandes resultados no olvida esos momentos complicados en sus primeros años.
Ubaldina Valoyes, pesista

Ubaldina Valoyes, pesista

Foto:IDRD

Rememora situaciones difíciles, que le sacan lágrimas y la llenan de tristeza, pero que al mismo tiempo le han dado fuerza para sentirse orgullosa de lo que ha sido su vida, esa que le dio hace poco el premio de ser medallista de bronce de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Uba, como la conocen, cuenta que de Turbo se fueron a vivir a Apartadó y que es difícil no recordar los duros días que vivió. Dice que es una afortunada, pues está viva y comparte con su familia, a pesar de haber vivido en medio del conflicto.
Su mente se transporta, piensa en la gente que conoció y que fue víctima de las balas, como las 24 personas que fueron masacradas. Varios de ellos eran compañeros del colegio, familiares de ellos, que trabajaban en la finca El Bajo Oso. Cogieron el bus que los transportaba, fueron interceptados y los asesinaron sin piedad. Ubaldina cuenta que solo uno se salvó y fue quien relató los hechos.
“Nunca nos pasó nada. Fuimos muy afortunados. Conocimos gente que no se salvó, que los mataron, es difícil de olvidar. Era una zona roja donde unos pocos se podían criar y fuimos unos de esos”, contó la múltiple campeona.

Nunca nos pasó nada. Fuimos muy afortunados. Conocimos gente que no se salvó, que los mataron, es difícil de olvidar.

La vida en Apartadó fue un poco más tranquila. Uba y sus hermanos se levantaron gracias al trabajo de su padrastro, Eliud Torres, y a la labor de su mamá, quien en varias ocasiones vendía los almuerzos para los trabajadores de las fincas o se ganaba unos pesos trabajando en casas de familia. Estudió en la escuela rural San Judas, pasó al colegio Río Grande, estuvo dos años en el Aníbal Gallego y cuando cumplió 17 años se graduó de bachiller en el Cooperativo.
Primero fue atleta. Elisa era una de las profesoras del colegio Río Grande. Es una deportista frustrada que a pesar de todo nunca dejó de entrenar. Esta docente de educación física vio a Ubaldina y la invitó a que practicara el atletismo, por eso, la dueña del récord de ser la única colombiana en ganar cuatro oros en los Juegos Panamericanos incursionó en la actividad física.
“Lancé bala, disco, martillo, aunque esta última disciplina poco me gustaba. Eso me sirvió para meterme al deporte, pero las pesas llegaron a mí cuando tenía 11 años, ahí comenzó esta historia”, contó.

Lancé bala, disco, martillo, aunque esta última disciplina poco me gustaba.

Tres años después fue a un torneo en Medellín y conoció a Marcelino del Prado, un técnico cubano de pesas, quien fue el primero en tentarla para que se cambiara de deporte. Ella no quiso, la halterofilia no era para las mujeres, le dijo.
Pero la vida da vueltas. “Me metieron las pesas por los ojos”, recuerda Ubaldina. De Prado le decía que tenía todo para ser una campeona y pronóstico lo que iba a ganar, aunque esas palabras no convencieron a la hoy tecnóloga en Entrenamiento Deportivo y quien cursa séptimo semestre de Profesional en Deporte en Areandina, en la sede de Valledupar.
Ubaldina Valoyes, deportista colombiana.

Ubaldina Valoyes, deportista colombiana.

Foto:Archivo particular

En el 2002, Ubaldina fue a un torneo de pesas en Guatemala, ganó, subió al podio y el que le entregó la medalla fue Del Prado, quien “le cobró” todo lo que vaticinó sobre su carrera.
Nadie en la familia de los Valoyes Cuesta practicó el deporte, solo Uba, quien recibió todo el respaldo. Entrenaba, estudiaba y le tocaba dar una mano en la casa. Cuando sus padres se iban a sus labores, Ubaldina cocinaba, estaba pendiente y cuidaba de sus hermanos.

El embarazo

A los 17 años entrenaba duro, pero se sintió mal, tuvo mareos, la barra se le cayó encima. Creyó que había comido algo que le cayó mal, pero sus entrenadores no pensaron lo mismo y le exigieron varios exámenes, entre ellos, la prueba de embarazo.
Con sorpresa conoció el positivo, el bebé tenía tres meses de gestación y lidió con el tema. El papá de su hijo es Fernando Romaña, su DT de la época.
“Lo tuve, lo afronté. Entrené como hasta los 5 meses y luego realizaba prácticas cortas. A los seis meses del parto volví a la Selección. Con el papá me hablo. Siempre tuvimos una buena relación. Vive allá, sigue entrenando, está en silla de ruedas, hace poco tuvo unas complicaciones”, relata Ubaldina.
No fue fácil ese camino. Le tocó sola. Se separó a los cuatro meses de haber tenido a Dinéyfer y hoy no tienen ninguna relación con Romaña. Su hijo sí.
Su amor por el deporte pudo mucho más que los problemas. María Melba fue su mano derecha, con ella dejaba a su hijo mientras iba a las concentraciones con la Selección Colombia o viajaba a las competencias.
“Eso fue un gran sacrificio. Me tocó dejar al niño en las manos de mi mamá, pero no me arrepiento de nada, lo hice por el futuro mío y de él”, cuenta.

Eso fue un gran sacrificio. Me tocó dejar al niño en las manos de mi mamá, pero no me arrepiento de nada, lo hice por el futuro mío y de él

En una concentración en Cali conoció a Fernando Parada, pesista también, de quien se enamoró y hoy vive con él en Villavicencio, ciudad en la que entrega sus conocimientos en un gimnasio, pero piensa regresar a Bogotá a seguir la carrera como entrenadora.
A pesar de los 38 años, Ubaldina creía que tenía con qué aportarle medallas al país. Una vez conoció la decisión de haber ganado el bronce en Londres 2012 cambió de parecer. Cuando tenga la medalla colgada en su cuello simbólicamente se quitará las zapatillas, las pondrá a un lado y dirá adiós.
Lamentó la forma como logró su más preciado título. Valoyes Cuesta es medallista olímpica, tras haber terminado de sexta en los 69 kilos y luego del dopaje de la bielorrusa Maryna Shkermankova y de Dzina Sazanavets, en primera instancia.
Tiempo después, la rumana Roxana Cocos tuvo un resultado positivo en un test antidopaje, y la kazaja Anna Nurmukhambetova subió del tercer puesto al segundo, mientras que el bronce le quedó a la colombiana, que ha ganado diplomas olímpicos en las justas de Atenas 2004, Pekín 2008, Río de Janeiro 2016 y este de Londres 2012.
“Qué rico recibir la medalla, pero es triste porque debí de haberlo hecho en el momento, no después de ocho años. A uno le representa mucho, apoyo, patrocinio, nosotros vivimos de esto y dejé de ganar eso en el tiempo”, recalca.
Dice que ha aprendido de todos sus entrenadores, entre ellos, Gantcho Karouskov, Gregory Panchev, Oswaldo Pinilla y Alicia Milena, su confidente y amiga.
Admira a María Isabel Urrutia, siempre quiso ser como ella, incluso, aprendió de esta mujer a ser fuerte para salir de las dificultades más grandes, como cuando fue operada de una hernia discal, en el 2009, lesión que la llevó a pensar en abandonar los coliseos e irse por la puerta de atrás.
“Los médicos dijeron que no podía volver a entrenar, me operé luego de los Olímpicos de Pekín, pero la recuperación fue dolorosa. Duré seis meses incapacitada y aunque iba a la práctica, pues los avances no eran muchos y fue cuando pensé en tirar la toalla”, asegura.

Los médicos dijeron que no podía volver a entrenar, me operé luego de los Olímpicos de Pekín, pero la recuperación fue dolorosa

Lloraba todos los días. Tuvo que pedir ayuda psicológica. Comenzó de cero, sus rivales le cogieron ventaja, por eso tuvo que trabajar el doble para recuperar su condición, la misma que la llevó a Londres, de donde salió sin medalla, pero convencida de que se podía lograr.
El premio a su sacrificio llegó ocho años después, una medalla olímpica que espera colgarse, morder, besar y que será el símbolo de la alegría, de muchas lágrimas derramadas, y en ese instante pensará en esos compañeros del colegio que fueron asesinados en una masacre, que ella y su familia nunca olvidarán.
LISANDRO RENGIFO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @LisandroAbel
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