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Volver siempre a los pensamientos de Estanislao

30 años después de su fallecimiento en Cali, sus palabras siguen sonando.

  • ilustración Emerson Gaviria
    ilustración Emerson Gaviria
25 de febrero de 2020
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En su celebre discurso Elogio de la Dificultad, una de las reflexiones a las que llegó Estanislao Zuleta fue que eso que el hombre tanto temía, por encima de todo, no era la muerte o el sufrimiento, “sino la angustia que genera ponerse en cuestión”, hacerse preguntas, entenderse lo suficiente como para saber cuáles son aquellos enlaces que se arman en la cabeza y que dictan sus acciones.

Autodidacta o, más bien, educado letra por letra con cada uno de los libros que leyó y las conversaciones que tejió, el intelectual antioqueño tuvo la prioridad de conocer, de expandir, de no limitar sus preguntas, sino de propiciarlas.

Uno de sus maestros fue Fernando González, quien había sido amigo de su padre. Zuleta heredó el mismo nombre de su progenitor, quien falleció en ese recordado accidente en junio de 1935 cuando dos aviones se encontraron en el aeródromo de Medellín, ese mismo en el que Gardel perdió la vida.

Lo describen, ante todo, como un pensador. “Pensaba el mundo con las herramientas de los campos de conocimiento, en relación con problemáticas específicas y creo que eso era lo que lo hacía aún más interesante en el ámbito del conocimiento”, señala Juan Carlos Echeverri, director del doctorado en Educación de la UPB.

Por eso es tan difícil encasillar a Estanislao o ajustar sus palabras a una única vertiente del conocimiento. Era filósofo, conocedor del psicoanálisis, de Marx y un orador de primera, tanto así, que muchas de sus palabras luego fueron plasmadas en libros.

Se cumplieron 85 años de su natalicio y 30 de su muerte este mes. Sus palabras dan la sensación de no haber envejecido y siguen vigentes como cuando las pronunció por primera vez.

“Uno de los sueños frustrados de mi vida es no haber conocido a Estanislao Zuleta –relata el editor y ensayista Felipe Restrepo–. Cuando murió, en 1990 en Cali, yo tenía ocho años y pasaba mis días jugando en un río de la serranía del Abibe en Urabá. Cuando lo leí por primera vez, a mis diecisiete años, me deslumbró. Lo elegí como uno de mis maestros”.

Las lecciones que emanaba ese hombre barbudo y de gafas se sentían muy personales, como si él hubiera entrado en la cabeza para atar cabos que, para quien se acerca por primera vez a sus letras, aparentan estar sueltos.

“Toda su obra (escritos, conferencias, conversaciones) parece un gran relato: la autobiografía de un lector que construyó su propio puente entre la vida y los libros”, añade el editor. Un puente “con sus vértigos y caídas, con sus vaivenes y cuerdas flojas, al fin y al cabo, la lectura es una potente forma de la vigilia y la conciencia (no solo del sueño y la imaginación), y eso es como tener el inmenso abismo al frente”.

El conocimiento se expande

El filósofo tuvo un vínculo estrecho con las letras, en especial con La Montaña Mágica de Thomas Mann. Se metió de lleno con Marx, Freud y Nietzsche e intentó enlazar sus obras, algo que para el historiador de la Universidad Nacional, Frank Bedoya, muchos intentaron hacer durante el siglo XX, pero que el antioqueño logró en Colombia.

“En el país, el que era especialista en enseñar esas obras era Estanislao”, comenta. Había estudiado a Marx a fondo y sin ser un psicoanalista clínico, tenía un gran dominio de la obra de Freud y la enseñaba.

“Tomó estos pensadores porque era capaz de leer grandes obras del siglo XX y las puso en función del conocimiento, el pensamiento y el contexto colombiano”, añade Bedoya.

Inquieto por su país, estuvo vinculado como asesor de la Consejería de Derechos Humanos de Virgilio Barco y también fue asesor de Belisario Betancur. En 1989 dio un discurso en el Cauca para el M-19 reflexionando en torno a las necesidades de diálogo y estuvo muy vinculado con cualquier acercamiento que pudiera desarrollarse en torno a la paz.

A través de sus escritos, Echeverri considera que “ve a Colombia como una democracia que todavía está en construcción y que tal vez deba dejar de valerse de cierto tipo de invocaciones, de prescripciones y retóricas para poder convertirse en una realidad”.

Echeverri retoma lo que postuló alguna vez John Dewey para analizar cómo es que Zuleta vinculaba la democracia y la educación. Explica que Estanislao creía que el concepto se desarrollaba con una educación constante, siempre en construcción, porque se llegaba a ella en libertad y “nadie te enseña a ser libre”, apunta. “Si se quería una mejor democracia, él sabía que se requería una mayor educación”.

Era consciente, además, de las posibilidades e imposibilidades para que se diera esa democracia en todos los ámbitos. Eso opina Diana Cardona, directora del Centro de Estudios Estanislao Zuleta, uno de los grupos en Medellín que llevan en su nombre la bandera del filósofo. “La libertad de pensamiento, de expresión, la capacidad de argumentar, la posibilidad del encuentro de las diferencias por medio del diálogo pueden verse obstruidos si no hay condiciones concretas o si los derechos sociales están inhabilitados”.

Para ella, otro de los valores del trabajo del antioqueño fue seguir defendiendo esas libertades siendo consciente de las dificultades.

Sus palabras como pilares

El Centro de Estudios Estanislao Zuleta fue fundado en 2015 y tiene como objetivo contribuir a la formación de ciudadanías críticas.

“Deseamos que las personas que se forman en nuestra organización o asistan a nuestros eventos puedan valerse de herramientas conceptuales y analíticas que les permitan una mejor comprensión de la realidad social”, cuenta Cardona, que hace parte del grupo desde sus comienzos.

Ella anota que algunos de sus cambios de vida se dieron gracias a ciertas lecturas del escritor. “Uno siente que Estanislao estuvo comprometido con indagar aspectos de la vida y problemas sociales –afirma Cardona–, pero no indagarlos por una necesidad de acumular conocimiento o por una necesidad de prestigio, sino que él supo que el conocimiento permitía sentir, gozar y pensar más la vida. Él supo articular conocimiento y existencia”.

“Veinte años después, hoy en día –expresa Restrepo–, creo que Estanislao sigue vigente por esa luminosa capacidad suya de síntesis: varias de sus ideas son como dinamita. Y lo quise más cuando gracias a él me topé con la obra de Thomas Mann y de Dostoievski. Para mí, ahí está una de las maneras de sentir viva su respiración: es como un mediador, una especie de Hermes que nos muestra su fascinante y fecundo mundo de lecturas, ideas e imágenes; fue un descubridor, explorador, y con generosidad compartió lo sabido e intuido”.

Sobre esa literatura, que actuó como maestra, Cardona precisa que para Estanislao era claro el rol que cumplía la lectura: “No es para consumir, no es para entretener, sino que debería propender por interrogar nuestra propia identidad –dice–. Zuleta invita a preguntarnos quiénes somos, quiénes podemos llegar a ser a través de la lectura”.

30 años sin él, pero quedan las palabras de las que fue plenamente consciente y que transmitió en diferentes espacios donde primaba esa puerta abierta a dialogar. Sin encasillarse en una sola categoría del conocimiento, sigue despierta su defensa por darle un espacio ancho al pensamiento, a su continuo desarrollo y a la construcción de país a través de él.

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