En un país que hasta hace unas semanas atrás iba a ser sede de la cumbre de los países más ricos del planeta y la sede mundial del medioambiente, lo que se conoce como material particulado se expande por todas partes: llueven las lacrimógenas, el aire es irrespirable, el humo quema en la cara y los famosos guanacos bañan los cuerpos con agua picante. Del viejo paraíso neoliberal no queda mucho.
Durante los últimos días se nota que ha ido creciendo el miedo. No es para menos: se denuncian mujeres violadas, torturas; es un hecho que hay muertos, que hay cientos de ojos perdidos, que los perdigones rozan las sienes y pasan cerca de todo el mundo. El mensaje, repudiable y abyecto, que envía el golpe de estado en Bolivia, con un pueblo ahogado en las calles y la codicia acudiendo una vez más a los militares, no ayuda mucho.
Cuando el dolor, el enojo y el sinsentido del existir se juntan, cuando desespera el haber venido a este mundo solo para trabajar y pasar hambre, cuando la vida consiste solo en el mero hecho de no estar muerto, lo que queda de espíritu vital estalla. Es lo que quiere decir el célebre “hasta que valga la pena vivir”: un espíritu que se afirma recurriendo a su legítimo derecho a los nervios.
Y la otra mecha: la que encendió el propio presidente cuando al día siguiente de una protesta que pintaba para serena le declaró la guerra al mismo pueblo que lo eligió en las urnas. Después reculó de a poco, empezó a carraspear más, a tratar de aclarar más la garganta que las ideas. Tardó en salir al ruedo tras el paro multitudinario.
No es fácil ahogar con palabras lo que se ve y se percibe por todos lados. Las protestas del martes fueron tupidas y en la Plaza Italia -rebautizada por la gente como Plaza de la Dignidad- había niños y niñas a quienes les quedaban grandes las gafas contra las balas, carteles con mensajes conmovedores, narices y cabezas con pañuelos o máscaras antigases.
Los roces prohibidos de ayer se convierten en abrazos sentidos y francos, los cuerpos se tocan, las imágenes, los textos y las voces se despliegan sobre la superficie de un pensamiento en común. Es un instante profano y creativo, y se tiene por ahora la sensación de que no son las expectativas las que organizan las marchas, sino las marchas las cocinas hirvientes de las expectativas.
Repudio toda violencia del pueblo y contra el pueblo .. pero ante el vandalismo es consecuencia directa la represión..
¡Tremendo eso final! Excelente nota.
Ya repudiaron el golpe que intenta hacer la izquierda en Chile?
Excelente información
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