El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo                  5 puntos

The Conjuring: The Devil Made Me Do It; EE.UU., 2021.

Dirección: Michael Chaves.

Guion: David Johnson.

Duración: 112 minutos

Intérpretes: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O'Connor, Sarah Catherine Hook y Julian Hilliard.

Estreno en salas

Los universos expandidos no son potestad exclusiva de Marvel ni de Star Wars. El sorprendente éxito de taquilla de El conjuro (2013), de James Wan, fue el disparador para esta estructura que, si bien desde los comienzos tuvo como columna vertebral la recreación de casos reales investigados y documentados por los demonólogos Ed y Lorraine Warren en los ’70, ha ampliado sus horizontes narrativos sumando nuevos personajes y situaciones en la trilogía de Annabelle, La monja (2018) y La maldición de La Llorona (2019). Todas ellas funcionan como piezas de un rompecabezas que se va armando sin demasiada planificación, sin que nadie sepa muy bien cómo, ni cuándo, ni mucho menos de qué manera se completará. Aunque quizás nunca se complete, porque hacerlo sería sacrificar la franquicia más redituable del género de los sustos y los gritos de este siglo, la única que ha logrado instalarse en la cada vez más expulsiva lógica comercial de las salas. Esa instalación es, justamente, el punto de partida El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo.

Con Michael Chaves (La maldición de La Llorona) ocupando la silla plegable que dejó James Wan, El conjuro 3 arranca con una secuencia en línea con la tradición clásica impresa por el realizador malayo en las dos primeras entregas. Es la mejor de la película, una que marca los caminos más tradicionales pero efectivos que podría haber tomado Chaves. En ella está el matrimonio Warren llevando adelante un exorcismo a un nene de ocho años ante la atenta mirada de su hermana, el novio de ella, llamado Arne, y un cura. El asunto asoma complicadísimo, una versión XL de El exorcista con objetos volando y mucho grito y súplica, y culmina cuando Arne salva al nene ofreciéndose como “portador” del espíritu maligno. Un intercambio que se manifestará cuando asesine a puñaladas a un amigo por motivos solo existentes en su cabeza. De allí, entonces, el subtítulo de la película: es la misma frase que usó ante la Justicia el pobre Arne, convirtiéndose en la primera persona en alegar una posesión como causante de un crimen. Incluso hoy el hecho sigue estudiándose en las facultades estadounidenses de Abogacía como el caso “Devil Made Me Do It” (“el diablo me obligó a hacerlo”).

Los dos elementos centrales para validar la hipótesis de Arne son un tótem debajo de la casa, cuyo significado vincula al film con el resto de este universo, y otro crimen muy similar al suyo. Tan similar que podría atribuírselo a él, salvo porque ya estaba preso. El condimento jurídico corre a El conjuro 3 del esquema habitual de las películas sobre “mansiones siniestras”, dado que los Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga, envejecidos con cada vez más capas de maquillaje y tintura de pelo) deben resolver un caso que tiene una pata en lo paranormal y otra en lo policial. De allí en adelante, Chaves mezcla ingredientes de ambas recetas. 

A un sustazo por una alucinación demoníaca le sigue la aparición de un jefe de policía (negro y gordo, como nueve de cada diez personajes de este tipo en Hollywood) desconfiado de las teorías de Ed y Lorraine; a una revelación paranormal, una pista que señala un sospechoso distinto a Arne; a una típica escena con objetos moviéndose solos, la inevitable enunciación de hechos previos en el lugar del crimen. Hay que dejar descansar al diablo por unos años.