En el barrio       5 puntos

In the Heights; EE.UU., 2021.

Dirección: Jon M. Chu.

Guion: Quiara Alegria Hudes, sobre el musical de Lin-Manuel Miranda.

Duración: 143 minutos.

Intérpretes: Anthony Ramos, Corey Hawkins, Melissa Barrera, Leslie Grace, Jimmy Smits, Stephanie Beatriz y Daphne Rubin-Vega.

Estreno en salas de cine.

En el barrio se estrenó hace una semana en los Estados Unidos. Hubo mayoría de críticas positivas para esta adaptación del musical de Broadway, ganador de un premio Tony por Mejor Guion, sobre el joven dueño de una minimercado que sueña con volver a su República Dominicana natal. Pero otras señalaron que su creador, Lin-Manuel Miranda, no había representado adecuadamente a la población afrolatina de Washington Heights, el barrio de Manhattan donde está ambientada la acción: los actores y actrices a cargo de los papeles principales, afirmaron, tienen un tono de pigmentación demasiado claro que no se condice con el de la mayoría de quienes viven allí. Figurita del momento gracias a otro musical, Hamilton, Miranda terminó pidiendo disculpas por “haberse quedado corto al intentar pintar un mosaico de la comunidad”. El director Jon M. Chu, en cambio, dijo que habían discutido el tema de la representatividad, pero que al armar el reparto intentaron conseguir “a las personas que eran mejores para esos papeles”, es decir, hizo lo que haría cualquier director mínimamente interesado en que su película salga bien.

La situación exhibe un paradigma receptivo que relega el juicio estético y narrativo a un segundo plano, negando las posibilidades del placer ante el ingreso de un mundo desconocido y que no necesariamente debe ser parecido al nuestro. La peor que puede decirse hoy no se vincula con el uso de las herramientas cinematográficas, sino con la falta voluntad para encausarse en el torrente de corrección política que recorre la industria audiovisual. Y eso que la materia prima que moldean Miranda y Chu calza a la perfección con estos tiempos, porque En el barrio es una exaltación de la urbanidad y lo comunitario, de aquello que una publicidad de cerveza catalogaba como “el sabor del encuentro”. Y es también una película-fiesta que opera como fábula celebratoria de la comunidad latina en Estados Unidos, con lo que allí piensan que son sus sueños, problemas, limitaciones, aspiraciones, recuerdos y objetos de nostalgia como tópicos.

El protagonista se llama Unsavi (Anthony Ramos) y trabaja en el mercadito del barrio donde confluyen distintos personajes cuyas historias son enunciadas a través de canciones, la mayoría con arraigo rítmico en la salsa y la bachata. Tanto así que el soundtrack es firme candidato a convertirse, cuando la situación sanitaria lo permita, en la banda sonora oficial del regreso de las clases de zumba en los gimnasios. Por la pantalla desfilan, entre otros, familiares, una empleada de la peluquería de al lado, Vanessa (Melissa Barrera); el dueño de una compañía de taxis y su hija Nina (Leslie Grace), que acaba de tener un paso en falso en la universidad pagada con el esfuerzo de ese padre que, como todos aquí, cree a pies juntillas que el llamado “sueño americano” todavía es posible. También está la dueña de la peluquería, un primo Usnavi y una mujer llegada hace décadas de Cuba a la que todos llaman “Abuelita”. Tengan la edad que tengan, y más allá del país de origen, todos le cantan al dinero. “Paciencia y fe hasta el día que pasemos de la pobreza a la compra de acciones”, dice alguien.

A Unsavi le gusta Vanessa. A su primo, Nina. Si bien la película avanza gracias a los idas y vueltas de esos romances, cada personaje de En el barrio tiene su momento de lucimiento con números musicales a su cargo. Los morochos podrán no ser lo suficientemente morochos, pero cuando bailan hacen que el asunto se sienta más vivo y con más músculo que el 97 por ciento de las películas con “representación correcta”. Pero pocos pueden cargar en sus espaldas el peso las escenas dramáticas que operan como separadores de las coreografías. El aire a telenovela de Thalía, con sus actuaciones desbordadas y el apego a los modelos sentimentales tradicionales, muestra que lo único moderno aquí es la relevancia de la agenda.